La libertad es uno de esos conceptos que trae problemas cuando se habla de manera general y absoluta. Como diría Rousseau ''Nacemos libres para vivir encadenados por todos lados'' es un tema complicado. Si nos seguimos por esa cita tendremos que decir que nadie en el mundo es libre, y por lo tanto todos vivimos encadenados. En efecto, el hambre nos ata a los alimentos y la sed a los líquidos. Si esas son las necesidades básicas, ¿cómo vamos a dejar de estar encadenados a ellas? es muy complejo tratarlo así. Somos dependientes de la naturaleza.
Por eso, digamos que la libertad en realidad es hacer lo que uno quiera, sin que ningun obstaculo pueda impedírselo. Hagámoslo para no enredarnos y entender la historia que viene a continuación.
No los voy a latear con mis datos personales y demográficos, lo único que voy a decir es que fui a una escuela llamada Matucana Diez que queda cerca de la Quinta. Es una escuela antigua de educación básica con una tradición de 80 años y que no se había remodelado desde los años 30 porque en realidad, la educación no era un ''tema'' en esos años.
En esa época éramos tres compañeros inseparables: el Alejandro; un huevón altanero e indiferente que no quería nada con nadie; el Tomás, otro huevón que era un tanto perturbado pero con excelentes notas; y yo, Santiago, que me salvaba a puros cuatros hasta que salí de ese colegio (con promedio 4,0).
Recuerdo que íbamos en quinto y habíamos formado una muy buena alianza los tres, éramos inseparables, pero poco a poco fueron surgiendo huevas que impiden el flujo de esta narración. Tuvimos una prueba de Historia de Chile y como siempre me iba como las huevas, el profe me ponía a lo largo de la prueba con lápiz rojo ''perdido en el tiempo'' y así era, perdido en el tiempo estaba en la cochinada de prueba.
- ¿Cómo te fue en la prueba?- preguntaba yo como si no fuera evidente que les fue excelente.
- 6,9- respondió escuetamente Alejandro.
- ¿Y a ti ?- preguntaba dirigiéndome al Tomás.
- 6,9- respondió con una sonrisa como diciendo que fui el único huevón que le fue mal.
Yo no quise decir mi nota porque era vergonzosa. Claro, se sacaron un 6,9 y yo un 3,8 siendo la nota más baja del curso. Todos tenían nota de 6,8 para arriba y yo ahí por los cuatros.
- Tienes que concentrarte más, huevón. La prueba estaba súper fácil-, decía Alejandro.
- ¡Nah! la suma de cuatros va a ser tal que igual voy a pasar. No necesito más nota-.
En realidad sí necesitaba, pero me daba lo mismo en ese tiempo.
Tomás se alejó considerablemente de nosotros para asomarse a la ventana a ver a un caballero andrajoso pasar con un carro de supermercado lleno de cosas. Lo miró largo rato, nos acercamos a verlo y él nos preguntó - ¿a dónde va ese caballero?-
-Seguramente a vender sus cosas que lleva en el carro pos-, respondí sin saber en realidad.
-Hay harta gente que está haciendo eso últimamente, Tomás-, respondió Alejandro con aires de saberlo todo.
Sin más que hablar nos sentamos en las sillas de la sala porque faltaban tres minutos para la clase de matemáticas, pero Tomás seguía mirando por la ventana al viejo que ya ni siquiera se veía.
El Tomás siempre se juntaba con nosotros desde segundo básico (nos conocíamos desde Kinder, pero nos volvimos amigos en segundo básico) y poco a poco se fue alejando de nosotros. Se empezó a sentar solo, a jugar sólo, etc. Muchas veces lo invitamos pero él no quería, yo tenía un Super Nintendo en mi casa y jugábamos con Alejandro, pero a Tomás no le gustaba.
Era increíble porque todo niño quería tener dicha consola pero no él. De hecho, el Tomás era un cabro super simple y sencillo, no se complicaba la vida con huevas. Nosotros teníamos álbumes que debíamos coleccionar y pegar las láminas con neopren y pegamento barato, mientras el Tomás prefería jugar a las bolitas.
Con la plata que le daban al Tomás se compraba cosas para comer y lo que le sobraba en bolitas (que en ese tiempo costaban 10 o 50 pesos). Si traíamos juguetes, él prefería jugar a la payaya. Nosotros veíamos tele, y él prefería leer libros con ilustraciones. Nosotros jugábamos a la pelota y él prefería jugar a la pelota, pero con la diferencia que no jugaba con una pelota, sino que con una tapa de botella, o una manzana mascada en el suelo que seguramente un niño botó porque prefería dulces y otras cosas.
Un día un compañero trajo una pelota nueva con el logo de Francia 98' y empezamos a jugar al tiro. En un momento miré por el lado de un pilar y el Tomás jugaba con la tapa de botella, completamente solo... Me acerqué le dije.
- Huevón, ¿qué estás haciendo allá? ¡Ven pa' acá que estamos jugando con la pelota del Angelo!-.
- No, déjame aquí no más, loco-, dijo Tomás muerto de la risa jugando con la tapa.
-Ven loco cómo se te ocurre que vas a estar ahí con una tapa de botella po-, le dije con indignación.
Cuando le dije eso pateó la tapa de botella a la otra cancha (eran dos) y se puso a jugar allá. Nunca entendí realmente lo que le pasaba al Tomás, quizás, su familia tenía problemas económicos y el se conformaba con esas cosas, o no sé.
Sea como sea, decidí que era mejor investigar eso y hablé con Alejandro.
-¿Oye, loco? ¿qué onda el Tomás?-.
- No sé, pero es que siempre ha sido así como... raro pos-.
- Sí, pero no es normal pos, ¿conoces a sus papás?-.
- Eso es lo más raro pos. Su mamá es una persona super alegre y su papá también. Realmente no lo entiendo. Tiene de todo. Vive en la Florida, tiene plata, tiene buenas notas... no tiene de qué quejarse-.
Eso fue un dato nuevo para mi. Vivir en la Florida no es cualquier cosa y si sus papas tienen plata ¿cómo es que no se compra láminas y se caga de hambre toda la jornada escolar con nosotros? Bueno, qué se le va a hacer.
Era época de seleccionar a los mejores alumnos para que fueran al gran Instituto Chileno, así es, las mejores notas y mejores conductas se iban a formar la clase dirigente del país. ¿Yo? ni cagando, con suerte me alcanzaría para un call center o asistente de auxiliar de aseo.
Tomás tenía una de las mejores notas. En ese momento se llevaron al Pablo, al Kevin y al Cristian; eran los más pulentos. El Tomás tenía promedio 6,8 en todas las materias y era el candidato perfecto, pero como pueden adivinar no aceptó. Sus papás estaban indignados porque más allá de lo que quieran los papás, esa decisión sólo dependía de él.
- ¿Qué onda, loco?- le dije a Tomás que estaba cerca de la ventana nuevamente.
- Nada, miro al caballero con el carro.
Una actividad cada vez más frecuente de Tomás en mirar al viejo andrajoso con su carro que iba a vender. ¿Se quería ir con él a lo mejor? Ni idea.
- ¿Por qué no aceptaste irte al I.Ch?-
- Porque no, allá hay puros cuicos. No estoy ni ahí-.
- Pero, ¿cómo entonces el Pablo, el Cristian y el Kevin? Ellos no son pa' na' cuicos po-.
En efecto no eran cuicos. Eran super buena onda y paleteados. A mi me salvaron en más de una ocasión para que mis 4.0's no fueran 3,0s. Jamás los olvidaré.
- Sí, pero no me importa-, dijo Tomás.
- Pero Tomás, huevón, ¿qué te pasa? ya no haces lo mismo que nosotros, no quieres jugar con nosotros. Cuéntanos qué te pasó-.
- No me ha pasado nada-, dijo poniéndose un poco alterado.
No quise seguir porque se empezaba a enojar. En todo caso ya era hora de irnos.
Al día siguiente, la profesora anuncia que teníamos que ir a ponernos los nuevos uniformes que nuestros padres habían comprado con la matrícula. Eran buenos los uniformes porque ya no era esas cotonas blancas con las que parecíamos médicos (ojalá hubiera sido uno), sino que eran cafés.
Todos andaban con sus uniformes, pero el que no se divisaba era Tomás.
-¿Has visto a este huevón?- le dije a Alejandro
-Nada, nada. No creo que quiera mostrarse-, dijo Alejandro sin darle importancia.
De repente, desde las puertas del teatro se aproximaba Tomás con el nuevo uniforme puesto. Lo miró y le gustó, se quedó encantado, felíz, etc. Con Alejandro no lo podíamos creer. Era primera vez que lo veíamos con algo nuevo. Ese recuerdo del Tomás sombrío y ajeno a las actividades había cambiado. Ahora era uno de nosotros y se le notaba en la sonrisa. Cualquier cosa que le haya pasado, ya había pasado; era el mismo de antes y por ello estábamos alegres.
- ¡Volviste, huevón!- le grité por toda la escuela.
- ¡Viento, cabros!- nos gritó con una alegría desbordante y nos abrazó.
- Me alegro que por fin hayas recapacitado-, dijo Alejandro muy felizmente. -Pero, ¿qué te pasó?- preguntó al mismo tiempo.
- Nada pos, ¿por qué?-, dijo Tomás extrañamente.
- No le hagai caso a este huevón- le dije yo para que olvidara la pregunta de Alejandro.
Con una cara llena de risa, Tomás entró en la sala y ahí estaba su ventana. Al ver su ventana su risa cambió y se acercó a ella. Vio por la calle al mismo viejo harapiento llevando su carro de supermercado, y su cara cambió. Claro pos, ¿cómo no se va a poner triste si la escena es triste? pero a mi me daba la sensación de que había algo más.
- ¿Qué onda? ¿te hizo algo ese viejo?- me atreví a preguntar.
- No, no huevón ¿por qué preguntai eso?- dijo Tomás nuevamente extrañado.
- Es que lo pasai mirando y no sé pos, yo me pregunto, ¿pa' qué?-
- Es que me da lata, huevón... Cachai que hay gente que sufre caleta huevón y yo estoy aquí probandome el uniforme.
Ahí iba cachando más o menos que Tomás tenía una indignación con los pobres y la injusticia seguramente. Tenía aires de comunista con su justicia social para todos lados. Ya iba cachando el mote. Sin embargo, yo en ese tiempo era muy imbécil para entenderlo.
- Pero ¿de qué te preocupai?- le dije yo distendidamente.
- ¿Cómo que de qué, huevón? a ti te gustaría estar todo cagado y que nadie te ayude-, Se empezaba a enojar Tomás.
- ¿Pero es que qué vai a hacer? Ya no se puede hacer nada po, Tomás. A algunos les toca la mala suerte de ser así y otros tienen más cuea no más po- le dije para terminar la conversación.
- Tenemos que ayudarlo ¡Hay que ayudarlos! Debemos acercarnos y ayudarlos, si no, se mueren pos huevón-, dijo casi gritando Tomás. - Y esta mierda de escuela no hace nada. El hombre pasa por al lado y no hace nada, no está ni ahí-.
- ¿Y qué piensas hacer tú, Tomás? ¿le vas a dar tu mesada huevón?-, le dije con burla.
- Por lo menos lo estaría ayudando. Para ti las cosas son fáciles. A ti te han ayudado toda la vida, huevón. Nunca te has preocupado porque tu no haces ninguna cagada de esfuerzo. Siempre te tienes que afirmar de los demás para avanzar y ahora que ves a alguien más cagado que tú no le das ni la mirada-, me dijo con indignación.
- Ya Tomás, cálmate. No es para que te enojes-, le dije tratando de calmarlo.
- No me wei, Santiago-, me dijo y se fue quitando el uniforme.
- ¡Tomás!- le dije para que volviera, pero era tarde. Se había ido.
Cuando me acerqué a ver a dónde estaba, su uniforme nuevo estaba tirado en el suelo.
Pasaron los días y no sabíamos nada de Tomás. Me daba lata porque la última discusión pudo haber incidido en sus ausencias. Pasó una semana y el día Lunes 21 de Agosto del año 2000, Tomás llegó sin el uniforme nuevo (que más encima era obligatorio), y llegó tan andrajoso como el viejo que estaba por la ventana.
Los niños son crueles y se burlan a lo primero nuevo o estúpido que ven, pero el nivel de esto era tal que nadie rió. Complicado el caso de Tomás. Se sentó en un lado sólo, olía a podrido y la profesora inmediatamente se acercó a preguntarle que cómo se le había ocurrido venir de esa forma. Lo pescó y lo llevó a la inspectoría.
Mientras la profe se fue con Tomás en la sala quedó la cagada. Algunos jugando arriba de las mesas, otros jugando a las láminas (parecían gangsters jugando poker), otros al palo y al burro y los más mateos repasando. Yo me preguntaba qué hueva el Tomás. Unos decían que sus padres cayeron en la ruina, otros que se cayó a un vertedero y otros que lo asaltaron. Pero yo sabía que nada de eso era verdad. Era ese sentido de justicia que tenía, onda, de hacer empatía con el desposeído, nunca caché cuando chico.
En fin, las clases no siguieron y nos fuimos para la casa. Afuera estaba el auto del Tomás con sus padres. Quizás habrían problemas.
No va más
Llegué a mi casa tomando la extinta 226 para bajarme en el colegio Dagoberto y caminar hasta mi casa. Cuando llegué me puse a pensar en el pobre Tomás y su situación. Dejé mis cuadernos de lado (como si nunca los dejara de lado), y quise llamarlo por el teléfono.
Cuando levanté el teléfono para llamar se escuchó una voz gritando. Era un griterío infernal.
-¡¿Cómo se te ocurre ir de esa forma al Colegio?! ¡¿Por qué nos haces esto?!-, se escuchaba un hombre irascible.
- ¡Papá! ¡No quiero ir más a ese colegio! ¡No quiero ese uniforme! ¡No quiero a mis compañeros ni a mis profesores ¡A nadie!-
- ¡Pero cómo! ¿No te he dado todo lo que has querido? ¿No te hemos dado una educación, un hogar y un porvenir? ¡Otros cabros estarían agradecidos de tener las cuartas partes de lo que tu tienes!
- ¡Yo no quiero nada papá, por favor, entiéndeme! ¡Yo no soy para estar en el colegio!
- La profesora me dijo que tenías muy buenas notas y que eras muy buen alumno, pero que últimamente estabas muy alejado de tus compañeros. ¿De qué te quejas? Te dije que si mantenías tus notas te compraba el Nintendo 64, esa tontera po con la que tus compañeros matarían a sus mamás por tenerla.
- ¡Yo no quiero eso papá! ¡no quiero esa tontera!
Ahí pensé inmediatamente ''que es huevón el Tomás''. Yo lo hubiera aceptado cagado de la risa. Y si tanto quería ayudar al viejo ese, fácil, vende el Nintendo 64 y lo ayuda con plata. No, si aquí la cagó.
- ¿Entonces por qué me haces pasar estas vergüenzas? ¿Qué va a pensar la profesora y tus compañeros del colegio si llegas con esa ropa al colegio? ¿O tú me querí llevar la contra no más?
- No quiero esas tonteras, no quiero tecnología, no quiero álbumes y colegios costosos. No quiero una casa cara, no quiero ropa cara ni bonita, no quiero nada de eso. Me angustia, me incomoda, me desespera.
Con esas palabras entendí todo. ''Me angustia, me incomoda, me desespera'', no eran palabras de injusticia social, o comunista o lo que sea. Eran palabras individuales. Tomás tenía un asunto particular sobre esas cosas. No es que quisiera pertenecer a ese colegio de élite para pertenecer a la clase dirigente, y vivir la contradicción de ser comunista e ir a esos colegios. A Tomás le asusta la modernidad. Le choca dejar lo viejo por más que le deslumbre lo nuevo. No quiere ''dejar'' sus cosas y ahí está su modelo; el hombre andrajoso que por años no se despoja de sus cosas.
- A ver, Tomás. Dime ahora mismo ¿Qué es lo que quisieras ahora más que nunca?-, pregunta el padre tratando de calmarse, pero con una notable prepotencia.
- Quiero ir a Pedro Aguirre Cerda-, dice escuetamente Tomás.
- ¿Qué? ¿Y para qué?-
- A ver a un amigo-.
Seguramente, el hombre andrajoso que veía por la ventana vivía en esa comuna.
- ¿Qué amigo tuyo vive allá?-, preguntó inquisitivamente el papá.
- Un compañero-, dice casi sin decirlo.
- O.k., vamos, pero voy contigo- dijo el padre.
- Bueno, vayamos-, dijo Tomás
- ¿Cómo se llama?-, preguntó el papá incrédulo.
- Santiago-, dijo después de un tiempo. Como para no creerle nada.
- ¿Santiago? ¿Ese cabro con el que te juntas?
- Sí...-, dijo tristemente Tomás.
- O.k., vamos a ver a ese tal Santiago-.
Se escuchó que se dirigían unos pasos hacia el teléfono y corté inmediatamente.
Ese día sonó el teléfono super tarde y lo contesté antes de que mi mamá o mi papá lo contestaran. Era Tomás.
- Hola Santiago, ¿Cómo estas?-, preguntó tristemente.
- Bien, loco, aunque es bien tarde pos.
- Sí, sí sé.
Yo ya sabía que me iba a pedir. Seguramente quiere que mienta y que le diga a su papá que vivo en Pedro Aguirre Cerda, pero está bien. El Tomás igual me ayudó en muchas.
- Sólo quería decirte que me perdones por la vez pasada cuando me fui y tiré el uniforme- me dijo con la misma tristeza.
- Ah, filo, no te preocupes-.
- También quería decirte que mi viejo viene mañana a la escuela. Quiero que le digas todo lo que hemos hablado y todas la cosas que hemos hecho, ¿dale?
- Okas yo le digo-, dije extrañado.
- Eso no más. Nos vemos mañana. Cuidate y hace las tareas huevón-.
- Espera, ¿me llamas para eso nomás?
- Sipo, ¿tú tienes algo que decirme?
- No, la verdad no.
- Okas, nos vemos.
Eran las 6 de la mañana y como siempre iba atrasado al colegio por los kilos de carpetas que debía y que tuve que hacer. Tomé el metro y me fui por la línea 5 para llegar más rápido a la escuela. La estación ''San Peter'' estaba vacía y me senté en el primer vagón para llegar hasta la estación ''Unión Iberoamericana'', pero me pasé de largo; sí, me quedé dormido.
Con eso llegué hasta ''Bellavista'' y me tuve que cambiar de andén para devolverme; estaba ultra atrasado porque eran las 07:40.
Sorprendemente, me tocó ver un fenómeno de la naturaleza o un tipo de fantasma o no sé. Pero estaba Tomás en el mismo vagón que yo, aunque no me podría acercar puesto que había mucha gente. Es extrañísimo que esté aquí porque siempre llega una hora antes al colegio y lo ví ahí mismo con su papá. Era terrible la imágen.
Íbamos llegando a la estación ''Carlos Valdebenito'' y el padre de Tomás iba como durmiendo de pie. Tomás lo miró y justo cuando se escuchaba el pitido del cierre de puertas, el chico aprovechó la somnolencia del padre y se escabulló entre los pies de los pasajeros. Cuando el padre se dio cuenta, Tomás ya estaba en el andén y él papá adentro del vagón. Sí... lo había burlado. Se cerraron las puertas y el padre gritó ''¡¡¡Tomás!!!'', pero Tomás ya estaba subiendo la escalera para encontrar la salida. ¿Por qué se dirigió a esa estación? nunca caché por qué salió de esa estación cuando era chico, pero ahora lo entiendo.
Al otro día no encontramos a Tomás en la sala, había faltado y el papá tampoco estaba. Lo extrañabamos todos los días. Fue muy doloroso ver que en el libro de clases su nombre estaba tachado.
Tomás no quería ayudar a ese hombre con su mesada (como imbécilemente le dije), sino que lo ayudaría uniéndose a él. Siendo uno de ellos quería ayudarlo; supongo que era mejor estar acompañados en un tipo de vida donde la modernidad duele. Qué duro debe ser vivir bajo esa sentencia ''todo lo viejo fue mejor'' porque el tiempo no para y un segundo ya es más viejo que el siguiente.
¡Adiós Tomás! Espero que hayas retomado los estudios y seas ahora un antropólogo de la nostalgia, o un eficiente trabajador social de la melancolía. Perdóname por no comprenderte en el momento, quizás podría haber hecho mucho más por ti. Tenías la melancolía y la nostalgia de un adulto de 60 años, pero la inteligencia del mismo. Espero que el paso inexorable de la modernidad no te haya destruido y te hayas convertido en un postmoderno burgués. Nos vemos en la ruta.