miércoles, 30 de marzo de 2016

La gran pelea

8:30 de la mañana y estaba oscuro en las faldas de las montañas de San José. Todo estaba oscuro en el colegio, pues el sol no alcanza a alumbrar por culpa de las montañas y por ser el motivador del lado este del mundo. Ni siquiera había luz artificial por lo que nadie podía ver que escribía. Los profesores teníamos que arreglarnos prendiendo velitas y celulares para alumbrar cuadernos y pizarras. 

El primero C era un curso difícil y más aún en clases de inglés. Nadie quería saber de inglés a excepción de unos cuantos que tampoco querían saber nada, pero que sí querían pasar de curso. ''Pasar de curso'' no tiene nada que ver con querer saber de algo. 

La sala estaba rayada y todo estaba en decadencia, los vidrios rotos, el acero oxidado y la madera podrida. Entre toda esta porquería estaba el Eric; un cabro que lamentablemente era una molestia. Todos los profesores nos quejabamos de él porque el desorden era su estilo de vida. Se paraba, gritaba, saltaba y llamaba la atención de todos con solo moverse. 

Lo tuve que echar en 2 oportunidades diciéndole: ''Siéntate'', ''cállate'' y mi favorita ''andate de la sala''. Lo saqué en dos oportunidades, pero el desorden bajaba en un 2%. No era para nada suficiente, (por cierto, eran 45 alumnos el máximo permitido). ''¿Qué voy a hacer contigo?'' decía yo en el primer mes de mi incipiente carrera. ''Echemene no más profe'' me decía Eric con total resignación. 

Pasaron los días y de repente, Eric se puso lentes, se sentó adelante y empezó a estudiar como nunca antes. Era el más rápido y siempre preguntaba todas las cosas que estaban en inglés. De un día para otro había cambiado. Le comenté a los profesores y uno de ellos me dijo que había hecho una apuesta. ''15 patadas en la raja si tienes un rojo en alguna materia'', le había dicho el profesor de matemáticas y santo remedio. 

Cuando le pregunté por qué había cambiado de actitud y empezar a hacer todo en clases él me dijo: 

-porque me van a pegar-

-¿Quién te va a pegar?- le pregunté

- ... en la casa me pegan tío- dijo con resignación y un poco dubitativo. 

Yo no supe qué decirle, pero desde ese momento todo empezó a salir bien. No creo que le peguen en la casa, quizás el me dijo eso para no decirme lo del profesor.  

Finalmente, un día que salí del colegio para esperar la micro, en una plaza cercana a él, Eric se iba para su casa (creo). Unos amigos de él le empezaron a gritar.

-¡Oye! ¡te van a sacar la chucha huevón! 

-Nah- dijo Eric con indiferencia. -Yo pego más, huevones-.

Me vio y me saludó estrechando la mano mientras yo esperaba la micro. Su mano estaba caliente y tenía una cara de no querer ir más al colegio. 

-¡Te van a sacar la chucha huevón!- insistían sus compañeros. 

Pasó por al lado de una maderería y agarró un palo de madera. Sacó unos clavos que tenía en el bolsillo y los clavos con el martillo que había sacado de la sala de tecnología. Los clavó en la madera y se lo llevó a su destino. 

-Yo pego más huevón- insistió en sus últimas palabras antes de desaparecer tras los negocios y micros del lugar.   


jueves, 18 de febrero de 2016

Ni en el principio ni en el medio

Cuando descubrí la filosofía empecé a dar categoría a las cosas. Cosas de las que antes no sabía cómo encajarlas, ni siquiera cómo pronunciarlas, pero al fín sé cómo. 

Ha pasado su tiempo desde que estuve en segundo básico, específicamente 20 años. Sí, era el año 1996 cuando tenía 6 o 7 años y mi escuela quedaba en Matucana. Era una escuela que la verdad era bien vieja. Había sido fundada el 9 de mayo de 1920 y nunca pensé que vería fotos de ese tiempo, hasta que llegó Internet para mostrarlas. Supe que fue una escuela experimental en 1929, es decir, una escuela donde se experimentaban con los nuevos métodos pedagógicos de la época. De hecho, aún se puede leer en la entrada ''Escuela experimental de los Estados Unidos''. Seguramente John Dewey recibió informes de allí.

Después de le coup d' etat de 1973 de escuela experimental pasó a Escuela básica común y así se ha mantenido hasta ahora. 

Me acuerdo que en 1996 teníamos jornada completa y yo era el número 10 de la lista, de un segundo básico con 30 alumnos aproximadamente. Mis tocayos eran el Camilo Díaz  y el Kevin Díaz; yo estaba en medio de ellos en la lista. Entraba a las 2 de la tarde, me iba a buscar el furgón y luego me iba a dejar a la casa, pero un día me iban a ir a buscar mis viejos en auto. 

Ese día terminaron las clases y me despedí del Alejandro y el Tomás (de éste último antes de que no lo volviéramos a ver). Salieron corriendo al enorme portón azul (o verde ya ni me acuerdo) que requería una fuerza que solo el inspector Vladimir tenía para abrirlo. Cuando se abrió todos los apoderados entraron apelotonados juntos con otros familiares; también habían vendedores de sopaipillas que costaban $50 en ese tiempo. 

Yo los esperaba (a mis papás) dentro de la escuela pero mirando el portón. No llegaban, no los veía por ningún lado pero me tenía sin cuidado. Poco a poco vi cómo la gente conocida ya se iba con sus padres o en furgón, y yo me iba quedando con unos cuantos. Me acuerdo que ahí habían tres cabros repitentes: el Franco, el Pablo y el Flavio. En esos tiempos se decía que los que pasaban de primero básico a segundo básico no repetían, aunque tuvieran las notas más paupérrimas, pero estos cabros agarraron papa y prácticamente tenían nota 1,0 final. Me dio lata porque igual eran buena onda. 

Me quedé conversando con ellos no sé de qué cosa. Seguramente de las láminas que coleccionabamos en ese tiempo de Dragon Ball (cuando era un éxito). De pronto sonó un griterío de unas señores que habían visto a un ratón en las cercanías del portón, el Pablo reaccionó al tiro y lo persiguió solo con un palo para matarlo. En la noche esos bichos no se ven para nada, pero el Pablito los veía, era experto. 

Pasaba el tiempo y los cabros se iban para otra parte, yo quise quedarme donde mismo esperando. Me daba lata igual que no llegaran, pero ¿qué podía hacer? mis papas trabajaban hasta la noche y nos los veía hasta esa hora, ¿acaso les hubiera dicho que vengan y dejen botada la pega? no podía y sabía que no podía hacerlo. 

Empezaba a recordar todas las veces que me encontraba sólo. Mis viejos eran excelentes, trabajaban todo el día para que no nos faltara nada y así fue, pero el costo era quedarse solo. Me acuerdo que estaba en un sillón verde, en medio del living, con la tele prendida, viendo los caballeros del zodiaco. Era la única compañía que tenía pero no estaba ni ahí, me quedaba entretenido. 

En ese momento era sólo yo y el portón azul. En la tarde estaba lleno de cabros jugando al pillarse y en la noche uno que otro bicho, o alguien que cuidaba la escuela. Las luces se apagaron y seguí quedando con el portón a oscuras. Mis padres se demoraban y yo temía que a lo mejor había cometido un error, y no me iban a venir a buscar. Que quizás lo entendí mal. Pero si no es así, ¿cuál es el límite entre querer hacer algo y tener que hacer algo? Me parece que hay un hilo muy delgado cuando se trata de responsabilidades. 

Finalmente llegaron mis viejos en un Fiat verde, y yo mirándolos con grandes ojos saltones que me veía a través de sus ojos. Metí la mochila y me metí al auto. Nos fuimos a la casa sin decir palabra. Nunca supe si los fueron a buscar a los otros cabros o si en realidad vivían en el colegio. 

domingo, 31 de enero de 2016

El mocasín viril

Nada más incómodo y confuso que vivir en un mundo pequeño donde nuestras palabras se reducen a vocablos cortos y coloquiales, y que no necesariamente expresan la realidad. Es increíble el postulado de Wittgenstein cuando dice ''el límite de mi lenguaje es el límite de mi mundo'', es decir, si no sé cómo usar el lenguaje, mi mundo es tan pequeño como el uso que hago de él. 

Es tremendamente perjudicial que tengamos un mundo pequeño porque inmediatamente dañaremos a las personas más importantes. Y cuando eso pasa, lo único que podemos hacer es obligar a los otros a vivir a la suela del zapato. Como dice Sócrates, es peor cometer injusticia que padecerla. 

No debemos dejar que avancen los viejos y atorados paradigmas. Ellos son los culpables de achicar nuestro mundo. 

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En la calle de la isla decepción se encontraba uno de los negocios más ricos de toda la comuna, ''La Comida China''. Tres amigos inseparables se juntaban ahí a comer: el Camilo, el Bastián y la Valentina. Los tres estaban comiendo una promoción de $2.500; arroz chaufán con carne mongoliana. 

       - ¿Te vay a comer la carne?- le preguntaba Camilo a Valentina.

      - No, no quiero más, estoy chata-, le dijo Valentina con cierto malestar.

        - Bacán, entonces ¡pásala!-, le dijo con energía.

Valentina le acercó la carne al almuerzo de Camilo. 

    - ¿Por qué no te la comes toda?-, decía Bastián con cierto desprecio-, ¿Pa' que tan poco hombre?-.

El desagradable comentario de Bastián hizo agrandar los ojos de Valentina. Miró lentamente a Bastián con una mirada confusa y sin entender completamente lo que dijo. Aunque esta frase la hizo estremecer, Valentina se quedó callada y dejó pasar el análisis profundo. 

      - Volvamos a la villa, mis viejos me van a retar-, decía Valentina preocupada. 

Valentina tenía el pelo negro y largo que le llegaba a la cintura. Siempre vestía de buzo porque los demás géneros le causaban incomodidad, era completamente normal verla de ''sport''. Tenía sus ojos cafés y unas manos blancas que podían verse perfectamente en la oscuridad, como si fueran fosforescentes. Le gustaba educación física y jamás se perdía un baile o una pijamada. En el colegio no le iba bien, pero tampoco mal, solo le gustaba pasarlo bien y pasar de curso. Sólo esas eran sus responsabilidades. 

Esa tarde caminaba hasta el departamento de sus padres dentro de una villa de la misma calle. En la puerta de su departamento hay una frase tallada en madera:

''La mujer debe escuchar la instrucción en silencio con toda sumisión. No acepto que la mujer dé lecciones ni órdenes al varón. Quiero que permanezca callada, porque Adán fue creado primero y Eva después''. 

1 Timoteo 2:11-15

Era una puerta de madera grande y café. El sólo verla inspiraba un miedo aterrador, pues no te podías imaginar quién vivía detrás de una puerta tan grande. En fin Valentina entró.

            -¡Hola!-, grita Valentina por toda la casa.

            -Hola, mi' jita, ¿cómo está?-, dijo su madre. 

            -Bien mami, estaba almorzando-. 

La madre de Valentina era una señora gentil y a ratos frágil. Tenía el pelo rubio y corto hasta los hombros, usaba unos zapatos negros y una falda larga. Se llamaba Marcia y tenía mucho amor por su esposo y su hija. Años de duro esfuerzo con su marido alcanzaron para un departamento centralizado y a la vez en la periferia de la pobreza. 

           - Qué bueno, seguramente no almorzarás con nosotros-, dice la mamá.
  
            - No, mamá, yo creo que ahora voy a hacer las tareas. En dos días más tengo prueba de taller mi ciudad-, dijo Valentina. 

            - Vaya no más a estudiar. ¿Y mi papá?-.

          - Está en el baño-, dijo la madre mirando hacia el baño que estaba en frente de las habitaciones. 

                - Aquí estoy hija-, dijo el padre de Valentina. 

El padre de la Vale era un señor alto que pesaba 130 kilos aproximadamente y su nombre era Roberto. Tenía el pelo negro y corto Ha trabajado en un negocio ubicado cerca de Las Rejas por más de 15 años. En ese momento usaba una polera musculosa blanca, y un pantalón con un cinturón que apretaba su estómago con mucho esfuerzo. Salió del baño con la lengua afuera y se acercó a saludar a su hija

           - ¿Cómo estás Papá?-, dice Valentina.

           - Bien, mi'jita, un poco cansado no más-, dijo el padre.

        - Descansa pos, tienes toda la tarde- dijo Valentina, -Pero antes papá te quería pedir permiso-. 

       - Dígame-, dijo con seguridad el padre, pues tenía plena confianza en Valentina. 

          - Hay un carrete en el centro, vamos a celebrar el cumpleaños de la Clau. 

            - Ah, la Clau, sí. Vaya no más-, dijo sin problemas el padre, - deme el número de allá para ir a buscarla. 

Valentía tenía 16 años. Iba en tercero medio y los carretes a esa edad eran frecuentes, que digo frecuentes, permanentes. Nuestra chica se fue a estudiar y ahí se pasó el resto del día. 


Eran las seis de la mañana y Valentina ya estaba lista para ir al Liceo. Llegó temprano a ejercitar en el colegio y Bastián, quien era un amigo de la villa y su compañero, la observaba desde los tablones del patio. 

             - Tan temprano que llegai-, le decía Bastián.

           - Necesito llegar temprano y hacer ejercicio, sino me duermo en clases-, decía Valentina. 

            - ¿Vas al carrete?-, dice Bastián.

            - Obvio-, dice Valentina. 

        - Oye, ¿tu cachai que le gustai al Camilo, cierto?-, dice Bastian para destapar el secreto. 

           - Sí, se le nota-, dice Valentina. 

           - ¿Y qué onda?-

           - Nada pos, no me gusta, no estoy ni ahí-.

           - Es que el loco se te va a declarar en la fiesta-.

          - ¿Eso te dijo?-, le dijo Valentina extrañada.

           - Sí pos, yo te prevengo no más y lo prevengo a él de que le dirás que no-. 

      - Bueno, entonces si lo sabe, no será tan malo pos. Lo comprenderá-, dice Valentina sin problemas. 

           - Sí, bueno, supongo que sí-

La verdad es que nuestra chica no estaba preocupada. Nunca había pololeado y no le interesaba hacerlo con Camilo, quien era su amigo de toda la vida junto con Bastián. Pero, ¿qué hacer con la amistad? según Valentina, tendrá que permanecer tan sólida como siempre, pues, si son amigos, se entenderían y no habría problemas. 

Terminaba la jornada escolar y Valentina se iba derechito al carrete del centro para celebrar el cumpleaños de la Clau. Llegando temprano (como siempre), no se encontró con nadie conocido, pero con mucha gente en el local. De repente, alguien se le acerca. 

             - ¡Hola!-, le dice una mujer. 

             - Hola-, dice Valentina extrañadamente.

        - Me llamo Jessica, soy una compañera del trabajo de la Clau-. 

         -  Oh, no sabía que la Clau trabajaba, siempre la vi estudiando no más-, dijo Valentina sorprendida. 

            - Sí, ¿vamos a bailar? los cabros son buena onda-.

           - Ya, es que estoy esperando a alguien-, dice Valentina que esperaba a Camilo para decirle corto y preciso que nada con él. 

            - Okas, nos vemos al rato pos-. 

            - ¡Bueno!-

El reggaeton retumbaba en todo el local, parecía que se iba a caer, pero a los cabros no les importaba. Jessica se fue a bailar con los primeros que veía, seguramente les tenía mucha confianza y los conocía de antes. En ese momento, un cabro se le acercó a Valentina. 

            - Que es puta la Jessica-, dijo casi riéndose el cabro. 

            - Oh, ¿por qué dices eso?-, preguntó molesta Valentina. 

            - Mírala pos, ahí está bailando apretadita la huevona-. 

    - ¿Y qué tiene? si así es la cuestión po-, decía casi burlándose Valentina.

        - Esa huevá de música es para los huevones y huevonas calientes que quieren sexo. No es pa otra huevada-. 

            - ¿Y qué sabí tú si ella quiere bailar nomás?-, sigue un poco molesta .

           - Pero ¿no cachai?-, le dijo el cabro, - el propósito de esa música es para engancharse minas, la mujer tratada como objeto a ganar. Algo que se debe convencer para acercarse un poco más, y ojalá, acostarse con la mina. Se puede pasarla bien, o por lo menos eso parece, pero la idea es acostarse-. 

          - Estas loco. No tienes idea de lo que dices-, le dijo Valentina indignada. 

             - Pero si el mismo hombre generó este baile pos. El hombre necesita utilizar a la mujer y la mujer tiene que bailar, seducir, convencer con el cuerpo, no con las palabras. Debe entregarse a lo dionisíaco y así será mujer. De otra forma, nadie la va a pescar y la van a agarrar pal hueveo. Una mujer que no baila no tiene sentido, no tiene gracia, haciéndola corta, no es mujer pos-. 

Valentina miraba con una cara de ironía y sarcasmo tratando de hacer caso o miso de las palabras de este cabro desconocido, que le hablaba con aires de sociólogo. 

           - ¿Y tú quién te crees que eres?-, responde Valentina con el mismo sarcasmo-. 

      - Me llamo Alejandro-, responde el desconocido, - Soy sociólogo-. 

       - ¿Sociólogo?, de adónde si eres como de mi edad-, dice Valentina. 

    - Tengo 29-, dijo Alejandro, edad que claramente no representaba, - ¿A ti te gusta bailar?- pregunta Alejandro. 

           - Sí-, responde escuetamente Valentina. 

           - ¿Quieres ser como la Jessica?- 

          - Es linda la Jessica, y por lo que veo sabe Bailar super bien-.

          - ¿No encuentras que tiene algo de puta?-

          - No, para nada, está bailando no más po-. 

         - ¿Qué crees que sería mejor? ¿que fuera puta o perna?

         - Oye que desagradable el comentario-, le dijo Valentina. 

   - Pero ¿para qué te enojas? no te estoy pidiendo que generes tu opinión. ¿Qué sería mejor para los cabros? ¿qué crees que piensan ellos? ¿bailar en buena onda?

         - Bueno ¿y por qué no?-, dice Valentina casi gritando. 

         - Porque el propósito es claro, la mujer tiene la culpa, necesita satisfacer al hombre por sobre todo. Si no lo logra se busca otra, sino la ex, etc. La mujer necesita tener el papel de puta para poder ser aceptada, nada de sentimientos, lo que pasa se queda en cierto lugar y nada más. 

       - Yo creo que la mujer es al final la que decide-, dice Valentina con ganas de discutir, - la mujer es la que dice sí o no al hombre y este se tendrá que resignar. 

       - Buena respuesta-, dice Alejandro, - pero eso no cambia el objetivo del hombre y mucho menos el sentido de la música-, dice Alejandro tratando de rebatir. - si una no acepta, aceptará la otra porque esa es la esencia. Que el hombre esté con la puta-. 

          -Pero a todo el mundo le gusta. Si todos están de acuerdo con eso ¿qué problema hay?-, dice Valentina. 

         - El problema, amiga mía, es que esto es lo que crea cultura-, dice Alejandro tomando aires ''académicos'', - Basta que se difunda por todos lados y los niños vayan aprendiendo a ser hombres en base a ese modelo, porque ese es el modelo que aspiran a ser. Ahora las mujeres se embarazan mucho antes y no por un tema de violación o por un escape, sino más bien por un tema de voluntad e ignorancia. Los chicos buscan una imagen de cómo ser y ahí tiene el internet para ver cómo tienen que hacerlo, mientras las niñas cumplen un rol secundario para satisfacer al hombre. Si hasta la biblia lo dice-. 

        - ¿Sabes? es verdaderamente desagradable conversar contigo-, quiero verte bailando ahí y decir lo mismo que me dices.

Una loca se acerca a Alejandro y lo invita a bailar. Alejandro se da vuelta y acepta de inmediato.  

¿Qué significó eso? Por más sociólogo y crítico Alejandro no puede soportar su rol de la sociedad. ''Dejarse llevar'' para eso sirve la mujer, para tentarse, para comer la manzana y cagarse la vida. Valentina con un desagradable sensación se fue del local para su casa. 

Valentina se fue caminando del centro hasta Las Rejas que era donde quedaba el departamento de sus padres. Alejandro sin querer le había revelado y despertado el lado B de una dialéctica sin resolver, el rol hombre/mujer. ¿Cómo es que un hombre mismo le había revelado la estupidez cavernaria del hombre? ''La cultura'' se repetía Valentina. La cultura crea todo y tiene la culpa de todo esto, pero entonces es el mismísimo hombre el que tiene la culpa. Muy confusa estaba Valentina. 

Nunca tuvo una segunda lectura de estas cosas hasta que Alejandro le habló. Basta observar las directrices que da la cultura y luego, por donde veía, por todos lados aparecían imágenes y promociones donde la mujer se vende como mercancía barata. El auto no se vende si no hay mujer que lo publicite, los artículos de oficina no se venden si no hay una vendedora sexy en la portada. Y qué decir de los libros... El sexo y la mujer mostrada como trapo es lo más vendido, ya no hay nada más que hacer. La heroína y la villana de las teleseries dan igual por las dos sirven como trapos; no importa quién sea la mujer, si le sirve al hombre da lo mismo el ser. Valentina no podría creerlo, se molestó y le dio una impotencia que casi no pudo controlar. 

Estaba apunto de convertirse al Islam. No quiso que la miraran porque era claro que los hombres no miran los ojos. Lo que necesitan ellos es el busto y el culo de otra forma, la mujer no vale. La cultura pega y la de este país no es precisamente integral. 

Finalmente con todos estos pensamientos, Valentina llegó a su casa. Durmió inmediatamente, pues de La moneda hasta Las Rejas no es un camino corto. Al otro día se despertó tarde, pues era Sábado y se metió al computador inmediatamente, pero la contraseña de usuario era de su mamá por lo que la llamó y esta atendió inmediatamente. 

             - Mamá, necesito la clave para ingresar-, dijo Valentina.

       - Sí, hija, déjame escribirla-, dijo la madre de manera diligente.

De pronto se asomó el papá de Valentina quién de él surgió una carcajada. 

      - Ja, ja, ja, ja-, rió fuertemente el padre. - pero mujer, ¿qué cresta estás haciendo tú en el computador?-.  

         - ¿Qué tiene de malo?-, respondió la señora Marcia. 

       - Esas cosas no son para las mujeres, Marcia-, dice don Roberto antes de acabar de reír, -esas cosas son o para los jóvenes o para los hombres, pero no para las mujeres cagadas como tú po ja, ja, ja- rió don Roberto. 

Sintiéndose pésimo y con un ceño fruncido al máximo, la madre salió de la pieza y chocó con el hombro a don Roberto. 

          - No te molestes, mi amor-, dice consoladoramente don Roberto, - pero tu tienes que entender que el único mouse que necesitas es la plancha-. 

Con ese último comentario Valentina estalló y enfrentó a su padre.

           - Ah, no, ahí sí que la cagaste con tu comentario-, dijo enojada Valentina. 

               - ¿Y qué van a hacer si yo pago las huevadas de la casa por la cresta? ¿te vay a ir y vay a mendigar, huevona? Yo las necesito aquí, voh pa'a que te eduquí, y la otra pa' que haga las cosas-, dijo groseramente don Roberto. 

Valentina se molestó tanto, que vió a su padre ya no con la misma imágen de antes, sino que con las aclaraciones de Alejandro. ''La cultura'', claro, quizás no era culpa del padre, sino que de la maldita cultura que lo hizo así. Y claro, un hombre que se educó con la tele de medianoche no se puede esperar mucho más. 

Rápidamente, por sus ojos cándidos y sorprendidos, Valentina vio toda la vida del padre por sus ojos. El asado de la tarde, el diario con la porno, la tele con la porno, el celular con la porno, el coqueteo huevón con la vecina, la hipocresía de ir a la iglesia el domingo y la verborrea machista que hasta ese momento, para Valentina, era normal y verosímil. 

Sus ojos la bañaba con lágrimas de ira que al mismo tiempo, le dieron valor a empuñar su zapato escolar con punta de fierro. Se acercó y gritó como la mujer que es y le pegó en los testículos al padre. Don Roberto se agachó porque el dolor era agonizante, Valentina lo empujó y trato de salir de la casa. Con el corazón en la mano y los nervios de culpa que tenía, Valentina desesperada corre, no sin antes recibir un zapatazo de parte de su padre, sí, el mocasín elegante con el cual va a trabajar lo lanzó para que le llegara en la nuca. 

Valentina salió corriendo por la villa y don Roberto le comenzó a gritar desde la ventana. 

               -¡Ahí va! pendeja de mierda, ¡mírenla!, se arranca porque sabe que la cagó. ¡pendeja mal agradecida de mierda! ¡no volvai acá pendeja!-, gritó don Roberto en su agonía. 

Nuestra chica solo corrió y corrió, pero nada puede terminar bien si uno se va de casa por las malas. 

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Ahí estaba, en la ventana mirando como Valentina corría por su vida. La miraba con indiferencia, pues no es un suceso especial, era pan de cada día el escándalo y eso le molestaba. 

Camilo era un loco que tenía un desprecio por todas las cosas, sean buenas o malas. Su pensamiento partía desde la premisa que ''todo es absolutamente falso''. 

              - Miren a esas viejas huevonas-, decía con enojo.

         - Vecina si usted le echa esos fertilizantes blancos a las plantas van a crecer más rápido pue, inténtelo-, le decía una vecina a otra.

            - Gracias, vecina no sabe lo importante que es tener viva las plantas-, le responde la otra. 

Y Camilo pensaba...- Claro, seguro lo querí por eso, vieja huevona-, lo único que te importa es que la hueva se vea bien, no tení otra intención, decía amargamente. 

Unos caballeros se saludaban cordialmente en el departamento de al lado y camilo pensaba. 

       -Viejos huevones, se saludan y por dentro se odian los huevones, cuantas cosas se dirán en la mesa entre ellos cuando están con sus familias. El rumor el cahuín. Enfermante la huevada. 

Estaba apunto de ir abajo y decirle sus verdades a cada uno de los que observaba, pero no se atrevía. Y claro, de ser así lo matan. 

              - ¡Ven a almorzar!-, le decían desde el comedor a Camilo. 

Salió de su pieza para dirigirse a comedor y sentarse en la mesa cuadrada de su casa. Ver las caras de su familia era algo agobiante y pesado. Quería irse y no volver, tenía esa idea de mierda en la cabeza, esa premisa de que todo es falso no importa qué. 

             - Camilo, pásame la vetabel, por fa'-, le dijo su padre que comía tallarines al igual que todos. 

               - Toma...-, dijo cortamente Camilo. 

               - ¿Qué te pasa, Camilo?-, pregunta la madre preocupada.

           - Vi a la Valentina que iba corriendo. Estaba llorando y como que me dio pena-.

               - Que raro, pero si nunca hay problemas allá. Siempre hay problemas en todos los otros departamentos, menos allá-, decía la madre extrañada. 

''Es cosa de fijarse un poco'', decía por dentro Camilo. En efecto, nadie veía lo que veía él porque tenía la disposición de verlo mal. 

Terminó el almuerzo y volvió a su pieza. Ver a los niños en el jardín era lo único que lo animaba. Los niños son los únicos que dicen la verdad y no temen decirla. Es el maldito filtro de la adultez que no deja ser como realmente somos, aunque quede la media cagada. Nada le importaba a Camilo y con este pensamiento se iba a la cama todos los días. 

Camilo vivía en un segundo piso en el departamento. La ventana de su pieza tiene por fuera una celosía de madera por donde es fácil escalar. A las 2:45 de la mañana de un día miércoles del año 2006, la ventana de Camilo es golpeada con mesura. 

        - ¿Cómo están golpeando la ventana a esta hora?-, se preguntaba Camilo. 

El Camilo abrió la ventana y se encontró con la media sorpresa. 

            - Hola Camilo, soy la Vale-, respondió la voz casi llorando. 


Valentina había vuelto de su huída y vio una oportunidad en Camilo, es decir, le dio una oportunidad una chance para.. quizás empezar algo. 

         - ¡Vale! ¿Qué estai haciendo aquí?-, le dijo Camilo alarmado. 

          - Me echaron de la casa. No quiero volver. Camilo, ¡ayudame por favor!

Camilo no estaba tan enamorado de Valentina, en realidad, sí la quería, pero no como una pareja o algo así. Solo quería demostrar que podía estar con alguien a pesar de lo amargado que era. 

          - Pero, ¿qué querí que haga, Vale?, no puedo invitar a quedarte po. Me matan-, dice Camilo. 

            - Mi papá me va a matar, Camilo, no puedo volver allá-, le dijo llorando con un mar de lágrimas. 

             - Pero no puedo, Vale. La casa no es mía y puede que si lo intentas te van a mandar a tu casa po-, dice Camilo.

             - Camilo, por favor, te lo ruego. Me van a matar-. 

     - No puedo ayudarte, vale. De verdad-. decía Camilo irremediablemente.  

Valentina no quiere recurrir más a la lástima. Ya era mucho suplicar por un hogar a un hombre, a uno de los enemigos. De mala manera se bajó de la celosía y emprendió camino a otra parte. Camilo cerró la ventana como si hubiera hablado con el aire, y se desvinculo de todo hecho que pudiera unirlo con Valentina. Sabía lo que se le vendría. 

Vagó por las calles de Bonilla al lado del metro Pajaritos. Pensó que a lo mejor ahí encontraría una casa en donde vivir. Se dirigió a la entrada y vio a una mujer un poco más grande que estaba dormida, no la quiso molestar y se sentó al lado de ella sin despertarla. 

             - ¿Por qué estás aquí?-, le dice la mujer. 

      - Mi viejo me echó de la casa-, dice Valentina casi poniéndose a llorar. 

        -Era una mierda-, dice la mujer con total seguridad y consuelo. 

            - ¿Lo conoces?-, le dijo Valentina extrañada. 

            - Es obvio que es una mierda si te echa de la casa-, dice la mujer. 

Valentina estaba confusa y no entendía nada. Se acercó con confianza a la mujer, una confianza que jamás había sentido y la mujer le permitió dormirse colocar su cabeza bajo su frazada y dormirse en sus piernas. 

            - Duerme, amiga, ya estas a salvo-, dijo consoladoramente la mujer. 

Valentina escuchó su voz, hubo un silencio y cerró sus ojos para no volverlos a abrir...

domingo, 24 de enero de 2016

Para Tomás

La libertad es uno de esos conceptos que trae problemas cuando se habla de manera general y absoluta. Como diría Rousseau ''Nacemos libres para vivir encadenados por todos lados'' es un tema complicado. Si nos seguimos por esa cita tendremos que decir que nadie en el mundo es libre, y por lo tanto todos vivimos encadenados. En efecto, el hambre nos ata a los alimentos y la sed a los líquidos. Si esas son las necesidades básicas, ¿cómo vamos a dejar de estar encadenados a ellas? es muy complejo tratarlo así. Somos dependientes de la naturaleza. 

Por eso, digamos que la libertad en realidad es hacer lo que uno quiera, sin que ningun obstaculo pueda impedírselo. Hagámoslo para no enredarnos y entender la historia que viene a continuación. 

No los voy a latear con mis datos personales y demográficos, lo único que voy a decir es que fui a una escuela llamada Matucana Diez que queda cerca de la Quinta. Es una escuela antigua de educación básica con una tradición de 80 años y que no se había remodelado desde los años 30 porque en realidad, la educación no era un ''tema'' en esos años. 

En esa época éramos tres compañeros inseparables: el Alejandro; un huevón altanero e indiferente que no quería nada con nadie; el Tomás, otro huevón que era un tanto perturbado pero con excelentes notas; y yo, Santiago, que me salvaba a puros cuatros hasta que salí de ese colegio (con promedio 4,0). 

Recuerdo que íbamos en quinto y habíamos formado una muy buena alianza los tres, éramos inseparables, pero poco a poco fueron surgiendo huevas que impiden el flujo de esta narración. Tuvimos una prueba de Historia de Chile y como siempre me iba como las huevas, el profe me ponía a lo largo de la prueba con lápiz rojo ''perdido en el tiempo'' y así era, perdido en el tiempo estaba en la cochinada de prueba.

   - ¿Cómo te fue en la prueba?- preguntaba yo como si no fuera evidente que les fue excelente. 

    - 6,9- respondió escuetamente Alejandro. 

    - ¿Y a ti ?-  preguntaba dirigiéndome al Tomás. 

 - 6,9- respondió con una sonrisa como diciendo que fui el único huevón que le fue mal.

Yo no quise decir mi nota porque era vergonzosa. Claro, se sacaron un 6,9 y yo un 3,8 siendo la nota más baja del curso. Todos tenían nota de 6,8 para arriba y yo ahí por los cuatros. 

    - Tienes que concentrarte más, huevón. La prueba estaba súper fácil-, decía Alejandro. 

    - ¡Nah! la suma de cuatros va a ser tal que igual voy a pasar. No necesito más nota-. 

En realidad sí necesitaba, pero me daba lo mismo en ese tiempo. 

Tomás se alejó considerablemente de nosotros para asomarse a la ventana a ver a un caballero andrajoso pasar con un carro de supermercado lleno de cosas. Lo miró largo rato, nos acercamos a verlo y él nos preguntó - ¿a dónde va ese caballero?-

     -Seguramente a vender sus cosas que lleva en el carro pos-, respondí sin saber en realidad.

       -Hay harta gente que está haciendo eso últimamente, Tomás-, respondió Alejandro con aires de saberlo todo. 

Sin más que hablar nos sentamos en las sillas de la sala porque faltaban tres minutos para la clase de matemáticas, pero Tomás seguía mirando por la ventana al viejo que ya ni siquiera se veía.  

El Tomás siempre se juntaba con nosotros desde segundo básico (nos conocíamos desde Kinder, pero nos volvimos amigos en segundo básico) y poco a poco se fue alejando de nosotros. Se empezó a sentar solo, a jugar sólo, etc. Muchas veces lo invitamos pero él no quería, yo tenía un Super Nintendo en mi casa y jugábamos con Alejandro, pero a Tomás no le gustaba. 

Era increíble porque todo niño quería tener dicha consola pero no él. De hecho, el Tomás era un cabro super simple y sencillo, no se complicaba la vida con huevas. Nosotros teníamos álbumes que debíamos coleccionar y pegar las láminas con neopren y pegamento barato, mientras el Tomás prefería jugar a las bolitas. 

Con la plata que le daban al Tomás se compraba cosas para comer y lo que le sobraba en bolitas (que en ese tiempo costaban 10 o 50 pesos). Si traíamos juguetes, él prefería jugar a la payaya. Nosotros veíamos tele, y él prefería leer libros con ilustraciones. Nosotros jugábamos a la pelota y él prefería jugar a la pelota, pero con la diferencia que no jugaba con una pelota, sino que con una tapa de botella, o una manzana mascada en el suelo que seguramente un niño botó porque prefería dulces y otras cosas. 

Un día un compañero trajo una pelota nueva con el logo de Francia 98' y empezamos a jugar al tiro. En un momento miré por el lado de un pilar y el Tomás jugaba con la tapa de botella, completamente solo...  Me acerqué le dije.

       - Huevón, ¿qué estás haciendo allá? ¡Ven pa' acá que estamos jugando con la pelota del Angelo!-.

       - No, déjame aquí no más, loco-, dijo Tomás muerto de la risa jugando con la tapa. 

        -Ven loco cómo se te ocurre que vas a estar ahí con una tapa de botella po-, le dije con indignación. 

Cuando le dije eso pateó la tapa de botella a la otra cancha (eran dos) y se puso a jugar allá. Nunca entendí realmente lo que le pasaba al Tomás, quizás, su familia tenía problemas económicos y el se conformaba con esas cosas, o no sé. 

Sea como sea, decidí que era mejor investigar eso y hablé con Alejandro. 

        -¿Oye, loco? ¿qué onda el Tomás?-.

        - No sé, pero es que siempre ha sido así como... raro pos-. 

        - Sí, pero no es normal pos, ¿conoces a sus papás?-.

        - Eso es lo más raro pos. Su mamá es una persona super alegre y su papá también. Realmente no lo entiendo. Tiene de todo. Vive en la Florida, tiene plata, tiene buenas notas... no tiene de qué quejarse-. 

Eso fue un dato nuevo para mi. Vivir en la Florida no es cualquier cosa y si sus papas tienen plata ¿cómo es que no se compra láminas y se caga de hambre toda la jornada escolar con nosotros? Bueno, qué se le va a hacer. 

Era época de seleccionar a los mejores alumnos para que fueran al gran Instituto Chileno, así es, las mejores notas y mejores conductas se iban a formar la clase dirigente del país. ¿Yo? ni cagando, con suerte me alcanzaría para un call center o asistente de auxiliar de aseo. 

Tomás tenía una de las mejores notas. En ese momento se llevaron al Pablo, al Kevin y al Cristian; eran los más pulentos. El Tomás tenía promedio 6,8 en todas las materias y era el candidato perfecto, pero como pueden adivinar no aceptó. Sus papás estaban indignados porque más allá de lo que quieran los papás, esa decisión sólo dependía de él. 

      - ¿Qué onda, loco?- le dije a Tomás que estaba cerca de la ventana nuevamente. 

         - Nada, miro al caballero con el carro. 

Una actividad cada vez más frecuente de Tomás en mirar al viejo andrajoso con su carro que iba a vender. ¿Se quería ir con él a lo mejor? Ni idea. 

        - ¿Por qué no aceptaste irte al I.Ch?-

        - Porque no, allá hay puros cuicos. No estoy ni ahí-. 

       - Pero, ¿cómo entonces el Pablo, el Cristian y el Kevin? Ellos no son pa' na' cuicos po-. 

En efecto no eran cuicos. Eran super buena onda y paleteados. A mi me salvaron en más de una ocasión para que mis 4.0's no fueran 3,0s. Jamás los olvidaré. 

         - Sí, pero no me importa-, dijo Tomás. 

       - Pero Tomás, huevón, ¿qué te pasa? ya no haces lo mismo que nosotros, no quieres jugar con nosotros. Cuéntanos qué te pasó-.

        - No me ha pasado nada-, dijo poniéndose un poco alterado.  

No quise seguir porque se empezaba a enojar. En todo caso ya era hora de irnos. 

Al día siguiente, la profesora anuncia que teníamos que ir a ponernos los nuevos uniformes que nuestros padres habían comprado con la matrícula. Eran buenos los uniformes porque ya no era esas cotonas blancas con las que parecíamos médicos (ojalá hubiera sido uno), sino que eran cafés. 

Todos andaban con sus uniformes, pero el que no se divisaba era Tomás. 

       -¿Has visto a este huevón?- le dije a Alejandro

       -Nada, nada. No creo que quiera mostrarse-, dijo Alejandro sin darle importancia. 

De repente, desde las puertas del teatro se aproximaba Tomás con el nuevo uniforme puesto. Lo miró y le gustó, se quedó encantado, felíz, etc. Con Alejandro no lo podíamos creer. Era primera vez que lo veíamos con algo nuevo. Ese recuerdo del Tomás sombrío y ajeno a las actividades había cambiado. Ahora era uno de nosotros y se le notaba en la sonrisa. Cualquier cosa que le haya pasado, ya había pasado; era el mismo de antes y por ello estábamos alegres. 

       - ¡Volviste, huevón!- le grité por toda la escuela.

      - ¡Viento, cabros!- nos gritó con una alegría desbordante y nos abrazó. 

      - Me alegro que por fin hayas recapacitado-, dijo Alejandro muy felizmente. -Pero, ¿qué te pasó?- preguntó al mismo tiempo. 

        - Nada pos, ¿por qué?-, dijo Tomás extrañamente. 

  - No le hagai caso a este huevón- le dije yo para que olvidara la pregunta de Alejandro. 

Con una cara llena de risa, Tomás entró en la sala y ahí estaba su ventana. Al ver su ventana su risa cambió y se acercó a ella. Vio por la calle al mismo viejo harapiento llevando su carro de supermercado, y su cara cambió. Claro pos, ¿cómo no se va a poner triste si la escena es triste? pero a mi me daba la sensación de que había algo más.

         - ¿Qué onda? ¿te hizo algo ese viejo?- me atreví a preguntar.

    - No, no huevón ¿por qué preguntai eso?- dijo Tomás nuevamente extrañado.

         - Es que lo pasai mirando y no sé pos, yo me pregunto, ¿pa' qué?-

          - Es que me da lata, huevón... Cachai que hay gente que sufre caleta huevón y yo estoy aquí probandome el uniforme. 


Ahí iba cachando más o menos que Tomás tenía una indignación con los pobres y la injusticia seguramente. Tenía aires de comunista con su justicia social para todos lados. Ya iba cachando el mote. Sin embargo, yo en ese tiempo era muy imbécil para entenderlo. 

          - Pero ¿de qué te preocupai?- le dije yo distendidamente. 

        - ¿Cómo que de qué, huevón? a ti te gustaría estar todo cagado y que nadie te ayude-, Se empezaba a enojar Tomás.

         - ¿Pero es que qué vai a hacer? Ya no se puede hacer nada po, Tomás. A algunos les toca la mala suerte de ser así y otros tienen más cuea no más po- le dije para terminar la conversación.

   - Tenemos que ayudarlo ¡Hay que ayudarlos! Debemos acercarnos y ayudarlos, si no, se mueren pos huevón-, dijo casi gritando Tomás. - Y esta mierda de escuela no hace nada. El hombre pasa por al lado y no hace nada, no está ni ahí-.

      - ¿Y qué piensas hacer tú, Tomás? ¿le vas a dar tu mesada huevón?-, le dije con burla.

      - Por lo menos lo estaría ayudando. Para ti las cosas son fáciles. A ti te han ayudado toda la vida, huevón. Nunca te has preocupado porque tu no haces ninguna cagada de esfuerzo. Siempre te tienes que afirmar de los demás para avanzar y ahora que ves a alguien más cagado que tú no le das ni la mirada-, me dijo con indignación. 

      - Ya Tomás, cálmate. No es para que te enojes-, le dije tratando de calmarlo. 

      - No me wei, Santiago-, me dijo y se fue quitando el uniforme. 

     - ¡Tomás!- le dije para que volviera, pero era tarde. Se había ido.  

Cuando me acerqué a ver a dónde estaba, su uniforme nuevo estaba tirado en el suelo. 

Pasaron los días y no sabíamos nada de Tomás. Me daba lata porque la última discusión pudo haber incidido en sus ausencias. Pasó una semana y el día Lunes 21 de Agosto del año 2000, Tomás llegó sin el uniforme nuevo (que más encima era obligatorio), y llegó tan andrajoso como el viejo que estaba por la ventana. 

Los niños son crueles y se burlan a lo primero nuevo o estúpido que ven, pero el nivel de esto era tal que nadie rió. Complicado el caso de Tomás. Se sentó en un lado sólo, olía a podrido y la profesora inmediatamente se acercó a preguntarle que cómo se le había ocurrido venir de esa forma. Lo pescó y lo llevó a la inspectoría. 

Mientras la profe se fue con Tomás en la sala quedó la cagada. Algunos jugando arriba de las mesas, otros jugando a las láminas (parecían gangsters jugando poker), otros al palo y al burro y los más mateos repasando. Yo me preguntaba qué hueva el Tomás. Unos decían que sus padres cayeron en la ruina, otros que se cayó a un vertedero y otros que lo asaltaron. Pero yo sabía que nada de eso era verdad. Era ese sentido de justicia que tenía, onda, de hacer empatía con el desposeído, nunca caché cuando chico. 

En fin, las clases no siguieron y nos fuimos para la casa. Afuera estaba el auto del Tomás con sus padres. Quizás habrían problemas. 

No va más

Llegué a mi casa tomando la extinta 226 para bajarme en el colegio Dagoberto y caminar hasta mi casa. Cuando llegué me puse a pensar en el pobre Tomás y su situación. Dejé mis cuadernos de lado (como si nunca los dejara de lado), y quise llamarlo por el teléfono. 

Cuando levanté el teléfono para llamar se escuchó una voz gritando. Era un griterío infernal. 

           -¡¿Cómo se te ocurre ir de esa forma al Colegio?! ¡¿Por qué nos haces esto?!-, se escuchaba un hombre irascible. 

     - ¡Papá! ¡No quiero ir más a ese colegio! ¡No quiero ese uniforme! ¡No quiero a mis compañeros ni a mis profesores ¡A nadie!-

           - ¡Pero cómo! ¿No te he dado todo lo que has querido? ¿No te hemos dado una educación, un hogar y un porvenir? ¡Otros cabros estarían agradecidos de tener las cuartas partes de lo que tu tienes!

          - ¡Yo no quiero nada papá, por favor, entiéndeme! ¡Yo no soy para estar en el colegio!

          - La profesora me dijo que tenías muy buenas notas y que eras muy buen alumno, pero que últimamente estabas muy alejado de tus compañeros. ¿De qué te quejas? Te dije que si mantenías tus notas te compraba el Nintendo 64, esa tontera po con la que tus compañeros matarían a sus mamás por tenerla. 

              - ¡Yo no quiero eso papá! ¡no quiero esa tontera!

Ahí pensé inmediatamente ''que es huevón el Tomás''. Yo lo hubiera aceptado cagado de la risa. Y si tanto quería ayudar al viejo ese, fácil, vende el Nintendo 64 y lo ayuda con plata. No, si aquí la cagó. 

            - ¿Entonces por qué me haces pasar estas vergüenzas? ¿Qué va a pensar la profesora y tus compañeros del colegio si llegas con esa ropa al colegio? ¿O tú me querí llevar la contra no más?

       - No quiero esas tonteras, no quiero tecnología, no quiero álbumes y colegios costosos. No quiero una casa cara, no quiero ropa cara ni bonita, no quiero nada de eso. Me angustia, me incomoda, me desespera. 


Con esas palabras entendí todo. ''Me angustia, me incomoda, me desespera'', no eran palabras de injusticia social, o comunista o lo que sea. Eran palabras individuales. Tomás tenía un asunto particular sobre esas cosas. No es que quisiera pertenecer a ese colegio de élite para pertenecer a la clase dirigente, y vivir la contradicción de ser comunista e ir a esos colegios. A Tomás le asusta la modernidad. Le choca dejar lo viejo por más que le deslumbre lo nuevo. No quiere ''dejar'' sus cosas y ahí está su modelo; el hombre andrajoso que por años no se despoja de sus cosas. 

         -  A ver, Tomás. Dime ahora mismo ¿Qué es lo que quisieras ahora más que nunca?-, pregunta el padre tratando de calmarse, pero con una notable prepotencia. 

        - Quiero ir a Pedro Aguirre Cerda-, dice escuetamente Tomás. 

        - ¿Qué? ¿Y para qué?- 

         - A ver a un amigo-. 

Seguramente, el hombre andrajoso que veía por la ventana vivía en esa comuna. 

       - ¿Qué amigo tuyo vive allá?-, preguntó inquisitivamente el papá.

          - Un compañero-, dice casi sin decirlo.

          - O.k., vamos, pero voy contigo- dijo el padre. 

          - Bueno, vayamos-, dijo Tomás

          - ¿Cómo se llama?-, preguntó el papá incrédulo.

          - Santiago-, dijo después de un tiempo. Como para no creerle nada. 

          - ¿Santiago? ¿Ese cabro con el que te juntas? 

          - Sí...-, dijo tristemente Tomás.

          - O.k., vamos a ver a ese tal Santiago-. 


Se escuchó que se dirigían unos pasos hacia el teléfono y corté inmediatamente. 

Ese día sonó el teléfono super tarde y lo contesté antes de que mi mamá o mi papá lo contestaran. Era Tomás.

        - Hola Santiago, ¿Cómo estas?-, preguntó tristemente.

        - Bien, loco, aunque es bien tarde pos. 

        - Sí, sí sé. 


Yo ya sabía que me iba a pedir. Seguramente quiere que mienta y que le diga a su papá que vivo en Pedro Aguirre Cerda, pero está bien. El Tomás igual me ayudó en muchas. 

        - Sólo quería decirte que me perdones por la vez pasada cuando me fui y tiré el uniforme- me dijo con la misma tristeza. 

            - Ah, filo, no te preocupes-. 

        - También quería decirte que mi viejo viene mañana a la escuela. Quiero que le digas todo lo que hemos hablado y todas la cosas que hemos hecho, ¿dale?

           - Okas yo le digo-, dije extrañado. 

           - Eso no más. Nos vemos mañana. Cuidate y hace las tareas huevón-. 

            - Espera, ¿me llamas para eso nomás?

            - Sipo, ¿tú tienes algo que decirme? 

           - No, la verdad no.  

           - Okas, nos vemos. 


Eran las 6 de la mañana y como siempre iba atrasado al colegio por los kilos de carpetas que debía y que tuve que hacer. Tomé el metro y me fui por la línea 5 para llegar más rápido a la escuela. La estación ''San Peter'' estaba vacía y me senté en el primer vagón para llegar hasta la estación ''Unión Iberoamericana'', pero me pasé de largo; sí, me quedé dormido. 

Con eso llegué hasta ''Bellavista'' y me tuve que cambiar de andén para devolverme; estaba ultra atrasado porque eran las 07:40. 

Sorprendemente, me tocó ver un fenómeno de la naturaleza o un tipo de fantasma o no sé. Pero estaba Tomás en el mismo vagón que yo, aunque no me podría acercar puesto que había mucha gente. Es extrañísimo que esté aquí porque siempre llega una hora antes al colegio y lo ví ahí mismo con su papá. Era terrible la imágen. 

Íbamos llegando a la estación ''Carlos Valdebenito'' y el padre de Tomás iba como durmiendo de pie. Tomás lo miró y justo cuando se escuchaba el pitido del cierre de puertas, el chico aprovechó la somnolencia del padre y se escabulló entre los pies de los pasajeros. Cuando el padre se dio cuenta, Tomás ya estaba en el andén y él papá adentro del vagón. Sí... lo había burlado. Se cerraron las puertas y el padre gritó ''¡¡¡Tomás!!!'', pero Tomás ya estaba subiendo la escalera para encontrar la salida. ¿Por qué se dirigió a esa estación? nunca caché por qué salió de esa estación cuando era chico, pero ahora lo entiendo. 

Al otro día no encontramos a Tomás en la sala, había faltado y el papá tampoco estaba. Lo extrañabamos todos los días. Fue muy doloroso ver que en el libro de clases su nombre estaba tachado. 

Tomás no quería ayudar a ese hombre con su mesada (como imbécilemente le dije), sino que lo ayudaría uniéndose a él. Siendo uno de ellos quería ayudarlo; supongo que era mejor estar acompañados en un tipo de vida donde la modernidad duele. Qué duro debe ser vivir bajo esa sentencia ''todo lo viejo fue mejor'' porque el tiempo no para y un segundo ya es más viejo que el siguiente. 

¡Adiós Tomás! Espero que hayas retomado los estudios y seas ahora un antropólogo de la nostalgia, o un eficiente trabajador social de la melancolía. Perdóname por no comprenderte en el momento, quizás podría haber hecho mucho más por ti. Tenías la melancolía y la nostalgia de un adulto de 60 años, pero la inteligencia del mismo. Espero que el paso inexorable de la modernidad no te haya destruido y te hayas convertido en un postmoderno burgués. Nos vemos en la ruta.

sábado, 31 de octubre de 2015

El Cristo

Vaya usted a las distintas iglesias o catedrales del centro de Santiago y podrá encontrarse con el Cristo de la agonía. 

Este Cristo se encuentra en la iglesia de San Agustín y la particularidad que éste tiene es su vinculación histórica con Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como ''la Quintrala''. Ella lo recibió no sé de dónde y cuentan que un día lo tiró a la calle diciendo ''No soporto a los hombres con mala cara en mi casa''. Algunas personas lo recogieron y lo pusieron en la iglesia que existe actualmente en el centro de Santiago. 

En 1647 hubo un terremoto y la iglesia sufrió tremendos daños y dicho Cristo no fue la excepción. Un cura se aproximó al Cristo y notó que la corona de espinas estaba en su cuello y no en su frente. Hasta el día de hoy la corona de espinas se ha quedado ahí por los siglos de los siglos amén. 

¿Qué diferencia tiene éste con otros Cristos? bueno, la verdad es que éste es uno de los más interesantes por sus connotaciones históricas, pero existe uno aún más inquietante, el Cristo de Las Rejas. 

Este Cristo está en frente de una plaza en la comuna de Estación Central específicamente en la avenida Las Rejas. Bajo él, se encuentran incontables plegarias y velas, como si la cantidad de éstas aseguraran el cumplimiento de los deseos que aquellas personas tenían. Algo así como un culto a la personalidad lleno de flores y enunciados que decían ''Gracias por el favor concedido''. 

Un día domingo del cuarto mes del año 2012, un ángel volando a ras de suelo se posó en la iglesia que estaba cerca. Quiso jugar un poco en los inocentes juegos del parque, y pudo ver que un vecino cogoteaba a otro. No podría creerlo... se dio cuenta de lo podrida que estaba la sociedad y al ver al Cristo de Las Rejas, inmediatamente quiso hacer algo bueno y lo tocó en la frente. Desesperadamente, el ángel despegó a toda velocidad y se perdió entre el cinturón de Orión y Casiopea. 

Con los primeros rayos de la mañana apuntando a la escultura del Cristo, éste empezó a cobrar vida. Eran las seis de la mañana y la escultura tomaba vida sacando de sus pies todas esas velas y plegarias que le impedían moverse. Se salió, pudo caminar, y se dio cuenta inmediatamente en el mundo que estaba. 

Bastó echar una mirada a lo que veía y con un hondo respiro, supo que la ciudad y el mundo, si bien habían cambiado estructuralmente, no había cambiado nada desde el Imperio Romano. Incluso, ese mismo día, el mismo presidente hizo un decreto con fuerza de ley mandando a todos los militares y carabineros a destruir y aniquilar toda estatua que nazca porque sabía que ahí llegaría Cristo a limpiar el país.

Al saber esto, el Cristo, blanco como la nieve (porque ese era el color de la escultura) se sentó en una banca y se cubrió con cartones. Era un frío demoledor y aún más a esa hora. Los trabajadores salían de sus casas para ir a sus trabajos y todos lo veían, pero al mismo tiempo no. Es decir, lo veían pero no lo miraban. Y ahí estaba él, con una rabia... ¿Cómo es que nadie lo veía? Claro, podían verlo haciendo milagros, curando enfermedades, reviviendo personas, y como dicen otros, secando a algunos por sus impiedades. Ahora no era más que una estatua con frío en un banco. La gente que entregaba sus plegarias vio que el Cristo no estaba y empezaron a retirarlas. La estatua se le acercó a una señora y le dijo:

Cristo: Señora, discúlpeme, pero ¿porque están quitando sus plegarias del lugar?

Señora: Ah, es que ya no está el Cristo po.

Cristo: Pero si yo soy el Cristo que estaba ahí.

Señora: No creo po, ¿cómo habla así entonces?

Cristo: ¿Así cómo?

Señora: Como Chileno po. Está hablando como si fuera criado aquí po. Jesús no hablaría así como Chileno po.

Cristo: Pero señora los he escuchado aquí por décadas. Aprendí su lenguaje y conozco sus problemas. Deben acercarse a mí porque soy el mismo a quienes pedían plegarias.

Señora: ¡Entonces es Chileno po! En todo caso, está super bien el disfraz, podría ganar plata.

Cristo: Pero señora en verdad soy yo, ¡Jesús de Nazaret!

Señora: Mire caballero, me parece muy simpático pero si usted insiste en decirme esas cosas me voy a poner a gritar. Mi marido es del ejército y le puede sacar la cresta. 

Cristo: Bueno señora, disculpe...

Inmediatamente, el Cristo vio a un caballero y lo detuvo para contarle lo que le había pasado. Una vez contado el caballero le dijo:

Caballero: Mire señor, a mi Dios me dio razón y cerebro para discernir cuando me están engañando y usted lo está haciendo. Le aconsejo que se retire si no quiere que llame a los carabineros.

El Cristo de piedra no entendía nada de lo que pasaba. De la noche a la mañana se había transformado en amenaza para toda la gente. ¿Quién iba a creerle? Cristo ya no está entre la gente porque si es chileno, debe ser cualquier cosa rara y no algo tan excelso como Cristo. 

En fin, se puso en marcha a ver qué podía hacer con su condición de estatua. Con todo lo que la gente le había contado (además de las primeras comuniones que se hacían en esa iglesia cercana) pudo saber algo de su identidad. Al menos sabía que se llamaba Cristo. Que había convertido el agua en vino, que había resucitado a Lázaro, que había devuelto la visión a una niña, que había sido crucificado etc, etc. Con todos esos pensamientos se dirigió a la iglesia. Quizás allí se encontraba lo que él buscaba, su identidad. 

Cuando llegó se vio en muchos cuadros con sus discípulos, arrastrando la cruz... ¿qué será verse a uno mismo en un cuadro cuando se sabe todo lo que sufriste? Probablemente en nuestras mentes hay un museo de pinturas donde estamos retratados en los mejores y peores momentos de nuestras vidas. Al retumbar los pesados pasos del Cristo, un cura se le acercó y le preguntó...

Cura: Muy buenos días ¿es usted parte de la obra teatral?

Cristo: Oh, no. Sólo vengo porque soy el Cristo que estaba parado ahí frente al parque. 

Cura: ¿Cómo dice?

Cristo: La estatua que estaba allí parada, frente al parque.

Cura: Si usted no es de la parroquia o no va a actuar en la obra teatral, le sugiero que se vaya de la iglesia. Los disfraces no son bienvenidos, ni mucho menos si representan a Jesucristo nuestro señor. Le ruego que por favor se vaya. 

Claro, el cura lo tomó mal... ¿Qué es eso de andar disfrazándose de Cristo y entrar en un lugar sagrado como la iglesia? ¿Qué se ha creído la estatua? En efecto, el cura no tuvo ninguna culpa en esta historia. La blasfemia representada en un disfraz no puede permitirse y mucho menos en los preceptos del antiguo testamento, sólo queda retirarse ante un argumentón religioso...

En vista de esto, el Cristo se dirigió hacia el parque por donde pasaban las micros. Ahí se quedó mirando como pasaba la gente entre un paradero y un negocio situados entre el paralelo de Las Rejas con Ecuador. Nadie lo miraba porque se pensaba que era un orate o un enfermo que se había escapado de un psiquiátrico (claro, se escapó recubierto de piedra).

De pronto, frente a él pasó una micro donde se bajó mucha gente. Muchas personas lo vieron, pero no lo miraron a excepción de una niña inocente de no más de diez años. Acompañada de su madre, la niña le dijo que iría a comprar algo al negocio. Acto seguido, la niña se acercó y le preguntó al Cristo. 

Niña: ¿Por qué se ve tan triste?

Una pregunta extraña para quien era totalmente de piedra. No había sacado una sola lágrima, pero no olvidemos el rostro de cristo luego de su crucifixión. ¿Era de dolor? ¿De alivio? ¿De tristeza como dijo la niña? Hagamos caso por ahora a la niña, los niños de vez en cuando logran captar mucho mejor que los adultos la sensibilidad. 

Cristo: No, niña, no estoy mal no te preocupes. 

Niña: ¿Y por qué tiene esa cara?

Cristo: No puedo tener otra. Es mi cara normal. 

Niña: No estés triste. Dios es más grande que tu problema. 

Cristo: Gracias niña ¿cómo te llamas?

Niña: Cándida.

Cristo: Bonito nombre. Bíblico. Nada que decir. 

Cándida: Usted se parece a Jesús.

Cristo: Ah, bueno sí. Ese es mi nombre o por lo menos eso dicen.

Cándida: ¿Cómo lo que dicen? ¿No se sabe su nombre? Si no tiene uno póngase uno po. ¡Qué suerte! elegir su nombre.

El candor de esta niña era enternecedor y claro, qué suerte elegir el nombre y no adoptar uno por convención. Pero el nombre de esta estatua ya era muy claro y muy bien establecido, no podría llamarse de otra forma aunque lo quisiera porque esa era su verdadera esencia. ¿Se imaginan que Cristo se hubiese llamado Judas cuando su cuerpo y apariencia es Cristo? Otra blasfemia. 

Cristo: ¿Cierto que sería bueno? Pero bueno, en realidad soy Cristo.  

Cándida: Entonces debería ir a la iglesia.

Cristo: Ya fui y no me fue bien. Quizás tengo que volver a estar como estaba.

Cándida: ¿Cómo puedo ayudarle?

Cristo: Eh, no, despreocúpate, si alguien te pregunta, diles que me llamo Cristo. 

Cándida: Yo le creo y Dios también le cree. No me ha demostrado nada falso po. Si quiere que le crean, haga lo que Cristo hacía po. 

Cristo: Oh, ¡Cándida tienes toda la razón!  Muchas gracias. 

Cándida: ¡De nada! Y estaría orgullosa de ser una discípula. 

Fue una idea genial. Cristo tenía a los doce apóstoles a su favor, quienes lo seguían y aprendían de sus enseñanzas. Ahora el Cristo de Las Rejas tenía a uno de ellos (o mejor dicho de ellas), a Cándida. Luego la niña se fue pero acordaron de encontrarse mañana en el mismo lugar, pues la mamá de la niña siempre pasa por ahí. 

Así, el Cristo se fue buscando discípulos que pudieran seguirlo. Cerca de donde estaba se encontraba sentado un ciego con un vaso con monedas. El Cristo se sentó junto a él.

Cristo: Hola amigo ¿qué haces aquí?

El ciego: Ganándome la vida como puedo.

Cristo: Ha sido dura la vida contigo. 

El ciego: Durísima. No sé por qué el señor me maldijo tanto. ¿Sabe? yo de un día para otro llegué a ser ciego. Siempre iba a la iglesia y tenía mucha fe en nuestro señor. No sé qué razones tendrá el señor para dejarme en esta condición. Seguramente algo no hice bien y ahora tengo mi merecido.

Esta era la oportunidad perfecta para demostrar que era el mismísimo Cristo. En efecto, Jesús había curado a una persona que era ciego de nacimiento, una tarea difícil que la pasó con un siete, pues el ciego pudo ver. Dar visión a alguien que ya la tenía sería una tarea mucho más fácil, o por lo menos, más fácil que si es de nacimiento.

Cristo: ¡Yo le devolveré la vista mi amigo!

El ciego: Por favor, no me agarre pa' la palanca.

Cristo: Sólo confíe en mí. Necesito saber quien soy y para eso necesito realizar este milagro. 

El ciego: No me haga nada por favor. Si quiere dinero, saque del vasito que tengo, pero déjeme en paz. 

Cristo: No, no se preocupe que yo lo sanaré.

De las conversaciones y reuniones que tenían los párrocos alrededor de él en la plaza, el Cristo recordó al pie de la letra el pasaje del libro del Nuevo Testamento, Juan. 

Entonces el Cristo escupió al barro (su escupo era de piedra) y lo mezcló con él; una vez suficiente, froto dicha mezcla en los ojos del ciego y le pidió que mirara a la fuente que había cerca. El ciego se mostraba reticente a lo que ocurría, pero tampoco lo rechazaba del todo. 

El ciego: ¿Me dice que mire aquí?

Cristo: Sí, estoy seguro que desaparecerá su dolencia. 

Sin embargo, el ciego se quedó ahí por diez minutos y no pasaba nada. ¿Qué estaba pasando? Cuando Jesús lo hizo no hubo lugar ni para los segundos, puesto que el ciego pudo ver al instante, pero pasaban los minutos y el ciego se impacientaba pues necesitaba urgentemente volver a su trabajo. 

El ciego: Ya hijo, no puedo estar más rato. 

Cristo: Por favor, señor, se lo ruego, siga mirando la pileta, quizás necesita más tiempo, tenga fe. 

El ciego: Hijo, no quiero ser grosero, no se compare con el señor. ¡Déjeme tranquilo!

Rindiéndose a la petición del ciego, el Cristo no insistió más y se sentó al lado de él, por último para hacerle compañía. 

El ciego: Váyase no más. No quiero compañía. 

Cristo: Deje quedarme a su lado o ayudarlo en lo que usted quiera. 

El ciego: Lo único que necesito amigo es plata ¿tienes plata?

Cristo: No, no tengo...

El ciego: Entonces, es mejor que se vaya. De todos modos, gracias por hacerme compañía. 

De pronto, la gente que pasaba por ahí que miraba al Cristo, comenzó a darle monedas en el vaso que tenía el ciego. Claro, el traje de piedra parecía un buen disfraz. Mucha gente comenzaba a dejarles plata en el vaso y el ciego estaba contento, pues nunca había escuchado que más de tres monedas chocaran en el vaso, y ahora chocaban de a cinco.

El ciego: ¡Amigo! ¿Por qué me dejan tantas monedas la gente? No entiendo la verdad. 

Cristo: Bueno, quizás, como no le pude ayudar con su vista, el milagro se transformó en plata pos. 

El ciego: No sé qué habrá hecho usted pero se lo agradezco mucho. 

Cristo: Qué bueno haberlo ayudado, espero que le sirva. 

El ciego: Sí, por supuesto, me siento muy contento, de verdad. ¿Cuál me dijo que era su nombre?

El Cristo no quiso decirle que se llamaba Cristo, puesto que el mismísimo fracaso del milagro de la vista ya lo había dejado en evidencia.

Cristo: Sólo llámeme Cristo. Así me dicen. ¿Cómo se llama usted? 

El ciego: Gracias Cristo. Yo me llamo Diego. 

Cristo: ¿Le gustaría ser mi discípulo?

Diego: ¡Ja, ja, ja, ja! Claro. 

El ciego no lo decía muy convencido claro está. 

Cristo: Perfecto. Gracias por tu compañía.

Diego: ¡Pero oye! ¡No te vayas!

Y el Cristo se había alejado con gran velocidad puesto que unas piernas de piedra nunca se cansan. Ignorando al ciego se fue a realizar más ''milagros'', pero de pronto se detuvo. Se puso a pensar 

Cristo: ¿Y si no soy el verdadero Cristo? ¿y si en realidad estoy equivocado? No se cumplió el milagro de la vista, pero pude ayudar al ciego. ¿Será que esos tipos de milagro me corresponden?

En efecto, no era un milagro imposible ayudar a un ciego. Cualquiera puede hacerlo si se lo propone. ¿Qué estaba buscando el Cristo? ¿Por qué estaba buscando su identidad si ya lo sabía del todo? Estas preguntas atormentaban al Cristo y sobre todo la impotencia de no ser quién le dijeron que era desde su creación. 

De pronto se escuchó un estruendo. Era una pelea que parecía entre borrachos y estaba comenzando en las afueras del parque; se golpeaban duramente. El Cristo corrió a ver que pasaba y a detenerlos inmediatamente, pues la fuerza de una estatua puede más que los huesos y las carnes de un ser humano común. El Cristo tomó a uno de ellos, para detener la pelea.

El Cristo: Pero ¡¿qué están haciendo borrachos por el amor de Dios?! 

Borracho: ¡Yo no estoy borracho imbécil! ¡Él violó a mi hija!

Inmediatamente, el Cristo se dio cuenta de que no eran borrachos, sino gente muy normal que peleaban por una razón factible.

Violador: ¡Ella quiso huevón! ¡Yo no la obligue a nada! ¡Ella quiso solita! 

Padre: ¡Tiene diez años huevón! ¡Doce años! ¡Te voy a matar!

El Cristo estaba anonadado... ¿Qué hacer frente a tal situación? Una de las máximas más excelsas del Nuevo Testamento era ''Amarás a tu prójimo tanto como a ti mismo'' ¿Cómo es que en este caso el padre amará al violador? ¿Tendrá que decirle ''te perdono porque no sabes lo que haces''? ¿Qué debe hacer un buen cristiano? o más bien ¿Qué haría Cristo en mi lugar? ¿Lo perdonaría? Eso no lo sabemos, pues tal caso nunca se dio.

Padre: Mi niña... Mi niña ahora no está bien y tú eres el culpable de toda esta hueá. 

Violador: Yo no me arrepiento de nada huevón porque ella quiso todo solita. 

Padre: ¡Cállate!

Violador: Andate a la cresta. Yo me voy. 

No obstante, antes de irse el Cristo alargó sus brazos para detenerlo. 

Violador: ¡Suéltame huevón!

Cristo: Señor llame a la policía mientras detengo a este señor. 

El padre, de aspecto acabado y lleno de lágrimas llamó desde su celular inmediatamente a carabineros quienes llegaron rápidamente. Se llevaron al supuesto violador y el padre quedó desconsolado y le pidió las gracias al Cristo quien quedó muy dubitativo. 

Padre: Era mi niña... estaba saliendo de su primera comunión y pasa esto... Ese hijo de puta... 

El padre empezó a llorar y a retirarse del lugar no sin antes preguntarse.

Padre: ¿Cómo puede haber tanta maldad?

El Cristo no sabía qué hacer, no supo qué pensar. Pensó seriamente en reformular el Antiguo Testamento, aunque éste ya condena la violación de forma absoluta. Para esto basta leer el Deuteronomio 22:25, pero ¿eso sería suficiente para resolver dicha disputa? ¿Cómo podemos hacer corresponder esto? Es decir, ¿qué hacemos con el violador si por un lado nos dicen que debemos condenarlo y por otro amarlo?

Puede ser que amarlo signifique de algún modo castigarle con todo el peso de la ley. En efecto, el niño es castigado por la madre, no porque lo odie, sino porque quiere un bien para él. Sin embargo, el castigo no deja de ser un daño, pero el daño a veces es necesario. Y he aquí otra dificultad, ¿fue necesario el daño que sufrió la niña por parte del violador? Quizás hay daños que son necesarios y otros no. Probablemente, el daño que ejerce la familia con un fin moral es necesario, pues honrar al padre y a la madre es correcto. ¿Esto incluye el daño por parte de los padres? seguramente sí. Entonces, si el daño del violador no es necesario y sí es condenable ¿qué hacemos? ¿lo amamos a pesar de quién es? 

''Amen a sus enemigos, hagan bien a los que odian bendigan a quienes los maldicen porque si sólo hace bien a los que aman ¿qué merito tiene?''

¿El rey David mató a Goliat porque en el fondo lo amaba? Quizás el daño que hace un creyente sí es necesario y el de otro no. Uf, es realmente difícil resolver esto. 

Frente a estas dificultades éticas el Cristo no supo qué hacer. Obedecer a su padre (Deuteronomio 22:25) u obedecer lo que él mismo dijo hace más de 2000 años (Amarás al prójimo tanto como a ti mismo; Mateo 19:19).

Cristo: Creo que no hay más que hacer. Ya me doy cuenta de que no soy competente para resolver esto. 

Renunciando a los pocos discípulos que tenía (Diego y Cándida), el Cristo se retiró hasta el parque y se volvió al mismo lugar del que había salido. Subió a la estructura en la que había estado enterrado y se quedó ahí. Se dio cuenta que ese era su destino, ser una especie de Hermes para que los milagros de las personas sean cumplidos. 

También se dio cuenta de una cosa muy importante; la imposibilidad de ser Cristo y quizás de alguna forma... de ser cristiano.  

Entonces, ¿para qué le dio vida el ángel? ¿para que se diera cuenta que era imposible ser como él mismo? Sin duda los designios del señor son incontestables.