jueves, 18 de febrero de 2016

Ni en el principio ni en el medio

Cuando descubrí la filosofía empecé a dar categoría a las cosas. Cosas de las que antes no sabía cómo encajarlas, ni siquiera cómo pronunciarlas, pero al fín sé cómo. 

Ha pasado su tiempo desde que estuve en segundo básico, específicamente 20 años. Sí, era el año 1996 cuando tenía 6 o 7 años y mi escuela quedaba en Matucana. Era una escuela que la verdad era bien vieja. Había sido fundada el 9 de mayo de 1920 y nunca pensé que vería fotos de ese tiempo, hasta que llegó Internet para mostrarlas. Supe que fue una escuela experimental en 1929, es decir, una escuela donde se experimentaban con los nuevos métodos pedagógicos de la época. De hecho, aún se puede leer en la entrada ''Escuela experimental de los Estados Unidos''. Seguramente John Dewey recibió informes de allí.

Después de le coup d' etat de 1973 de escuela experimental pasó a Escuela básica común y así se ha mantenido hasta ahora. 

Me acuerdo que en 1996 teníamos jornada completa y yo era el número 10 de la lista, de un segundo básico con 30 alumnos aproximadamente. Mis tocayos eran el Camilo Díaz  y el Kevin Díaz; yo estaba en medio de ellos en la lista. Entraba a las 2 de la tarde, me iba a buscar el furgón y luego me iba a dejar a la casa, pero un día me iban a ir a buscar mis viejos en auto. 

Ese día terminaron las clases y me despedí del Alejandro y el Tomás (de éste último antes de que no lo volviéramos a ver). Salieron corriendo al enorme portón azul (o verde ya ni me acuerdo) que requería una fuerza que solo el inspector Vladimir tenía para abrirlo. Cuando se abrió todos los apoderados entraron apelotonados juntos con otros familiares; también habían vendedores de sopaipillas que costaban $50 en ese tiempo. 

Yo los esperaba (a mis papás) dentro de la escuela pero mirando el portón. No llegaban, no los veía por ningún lado pero me tenía sin cuidado. Poco a poco vi cómo la gente conocida ya se iba con sus padres o en furgón, y yo me iba quedando con unos cuantos. Me acuerdo que ahí habían tres cabros repitentes: el Franco, el Pablo y el Flavio. En esos tiempos se decía que los que pasaban de primero básico a segundo básico no repetían, aunque tuvieran las notas más paupérrimas, pero estos cabros agarraron papa y prácticamente tenían nota 1,0 final. Me dio lata porque igual eran buena onda. 

Me quedé conversando con ellos no sé de qué cosa. Seguramente de las láminas que coleccionabamos en ese tiempo de Dragon Ball (cuando era un éxito). De pronto sonó un griterío de unas señores que habían visto a un ratón en las cercanías del portón, el Pablo reaccionó al tiro y lo persiguió solo con un palo para matarlo. En la noche esos bichos no se ven para nada, pero el Pablito los veía, era experto. 

Pasaba el tiempo y los cabros se iban para otra parte, yo quise quedarme donde mismo esperando. Me daba lata igual que no llegaran, pero ¿qué podía hacer? mis papas trabajaban hasta la noche y nos los veía hasta esa hora, ¿acaso les hubiera dicho que vengan y dejen botada la pega? no podía y sabía que no podía hacerlo. 

Empezaba a recordar todas las veces que me encontraba sólo. Mis viejos eran excelentes, trabajaban todo el día para que no nos faltara nada y así fue, pero el costo era quedarse solo. Me acuerdo que estaba en un sillón verde, en medio del living, con la tele prendida, viendo los caballeros del zodiaco. Era la única compañía que tenía pero no estaba ni ahí, me quedaba entretenido. 

En ese momento era sólo yo y el portón azul. En la tarde estaba lleno de cabros jugando al pillarse y en la noche uno que otro bicho, o alguien que cuidaba la escuela. Las luces se apagaron y seguí quedando con el portón a oscuras. Mis padres se demoraban y yo temía que a lo mejor había cometido un error, y no me iban a venir a buscar. Que quizás lo entendí mal. Pero si no es así, ¿cuál es el límite entre querer hacer algo y tener que hacer algo? Me parece que hay un hilo muy delgado cuando se trata de responsabilidades. 

Finalmente llegaron mis viejos en un Fiat verde, y yo mirándolos con grandes ojos saltones que me veía a través de sus ojos. Metí la mochila y me metí al auto. Nos fuimos a la casa sin decir palabra. Nunca supe si los fueron a buscar a los otros cabros o si en realidad vivían en el colegio.