sábado, 31 de octubre de 2015

El Cristo

Vaya usted a las distintas iglesias o catedrales del centro de Santiago y podrá encontrarse con el Cristo de la agonía. 

Este Cristo se encuentra en la iglesia de San Agustín y la particularidad que éste tiene es su vinculación histórica con Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como ''la Quintrala''. Ella lo recibió no sé de dónde y cuentan que un día lo tiró a la calle diciendo ''No soporto a los hombres con mala cara en mi casa''. Algunas personas lo recogieron y lo pusieron en la iglesia que existe actualmente en el centro de Santiago. 

En 1647 hubo un terremoto y la iglesia sufrió tremendos daños y dicho Cristo no fue la excepción. Un cura se aproximó al Cristo y notó que la corona de espinas estaba en su cuello y no en su frente. Hasta el día de hoy la corona de espinas se ha quedado ahí por los siglos de los siglos amén. 

¿Qué diferencia tiene éste con otros Cristos? bueno, la verdad es que éste es uno de los más interesantes por sus connotaciones históricas, pero existe uno aún más inquietante, el Cristo de Las Rejas. 

Este Cristo está en frente de una plaza en la comuna de Estación Central específicamente en la avenida Las Rejas. Bajo él, se encuentran incontables plegarias y velas, como si la cantidad de éstas aseguraran el cumplimiento de los deseos que aquellas personas tenían. Algo así como un culto a la personalidad lleno de flores y enunciados que decían ''Gracias por el favor concedido''. 

Un día domingo del cuarto mes del año 2012, un ángel volando a ras de suelo se posó en la iglesia que estaba cerca. Quiso jugar un poco en los inocentes juegos del parque, y pudo ver que un vecino cogoteaba a otro. No podría creerlo... se dio cuenta de lo podrida que estaba la sociedad y al ver al Cristo de Las Rejas, inmediatamente quiso hacer algo bueno y lo tocó en la frente. Desesperadamente, el ángel despegó a toda velocidad y se perdió entre el cinturón de Orión y Casiopea. 

Con los primeros rayos de la mañana apuntando a la escultura del Cristo, éste empezó a cobrar vida. Eran las seis de la mañana y la escultura tomaba vida sacando de sus pies todas esas velas y plegarias que le impedían moverse. Se salió, pudo caminar, y se dio cuenta inmediatamente en el mundo que estaba. 

Bastó echar una mirada a lo que veía y con un hondo respiro, supo que la ciudad y el mundo, si bien habían cambiado estructuralmente, no había cambiado nada desde el Imperio Romano. Incluso, ese mismo día, el mismo presidente hizo un decreto con fuerza de ley mandando a todos los militares y carabineros a destruir y aniquilar toda estatua que nazca porque sabía que ahí llegaría Cristo a limpiar el país.

Al saber esto, el Cristo, blanco como la nieve (porque ese era el color de la escultura) se sentó en una banca y se cubrió con cartones. Era un frío demoledor y aún más a esa hora. Los trabajadores salían de sus casas para ir a sus trabajos y todos lo veían, pero al mismo tiempo no. Es decir, lo veían pero no lo miraban. Y ahí estaba él, con una rabia... ¿Cómo es que nadie lo veía? Claro, podían verlo haciendo milagros, curando enfermedades, reviviendo personas, y como dicen otros, secando a algunos por sus impiedades. Ahora no era más que una estatua con frío en un banco. La gente que entregaba sus plegarias vio que el Cristo no estaba y empezaron a retirarlas. La estatua se le acercó a una señora y le dijo:

Cristo: Señora, discúlpeme, pero ¿porque están quitando sus plegarias del lugar?

Señora: Ah, es que ya no está el Cristo po.

Cristo: Pero si yo soy el Cristo que estaba ahí.

Señora: No creo po, ¿cómo habla así entonces?

Cristo: ¿Así cómo?

Señora: Como Chileno po. Está hablando como si fuera criado aquí po. Jesús no hablaría así como Chileno po.

Cristo: Pero señora los he escuchado aquí por décadas. Aprendí su lenguaje y conozco sus problemas. Deben acercarse a mí porque soy el mismo a quienes pedían plegarias.

Señora: ¡Entonces es Chileno po! En todo caso, está super bien el disfraz, podría ganar plata.

Cristo: Pero señora en verdad soy yo, ¡Jesús de Nazaret!

Señora: Mire caballero, me parece muy simpático pero si usted insiste en decirme esas cosas me voy a poner a gritar. Mi marido es del ejército y le puede sacar la cresta. 

Cristo: Bueno señora, disculpe...

Inmediatamente, el Cristo vio a un caballero y lo detuvo para contarle lo que le había pasado. Una vez contado el caballero le dijo:

Caballero: Mire señor, a mi Dios me dio razón y cerebro para discernir cuando me están engañando y usted lo está haciendo. Le aconsejo que se retire si no quiere que llame a los carabineros.

El Cristo de piedra no entendía nada de lo que pasaba. De la noche a la mañana se había transformado en amenaza para toda la gente. ¿Quién iba a creerle? Cristo ya no está entre la gente porque si es chileno, debe ser cualquier cosa rara y no algo tan excelso como Cristo. 

En fin, se puso en marcha a ver qué podía hacer con su condición de estatua. Con todo lo que la gente le había contado (además de las primeras comuniones que se hacían en esa iglesia cercana) pudo saber algo de su identidad. Al menos sabía que se llamaba Cristo. Que había convertido el agua en vino, que había resucitado a Lázaro, que había devuelto la visión a una niña, que había sido crucificado etc, etc. Con todos esos pensamientos se dirigió a la iglesia. Quizás allí se encontraba lo que él buscaba, su identidad. 

Cuando llegó se vio en muchos cuadros con sus discípulos, arrastrando la cruz... ¿qué será verse a uno mismo en un cuadro cuando se sabe todo lo que sufriste? Probablemente en nuestras mentes hay un museo de pinturas donde estamos retratados en los mejores y peores momentos de nuestras vidas. Al retumbar los pesados pasos del Cristo, un cura se le acercó y le preguntó...

Cura: Muy buenos días ¿es usted parte de la obra teatral?

Cristo: Oh, no. Sólo vengo porque soy el Cristo que estaba parado ahí frente al parque. 

Cura: ¿Cómo dice?

Cristo: La estatua que estaba allí parada, frente al parque.

Cura: Si usted no es de la parroquia o no va a actuar en la obra teatral, le sugiero que se vaya de la iglesia. Los disfraces no son bienvenidos, ni mucho menos si representan a Jesucristo nuestro señor. Le ruego que por favor se vaya. 

Claro, el cura lo tomó mal... ¿Qué es eso de andar disfrazándose de Cristo y entrar en un lugar sagrado como la iglesia? ¿Qué se ha creído la estatua? En efecto, el cura no tuvo ninguna culpa en esta historia. La blasfemia representada en un disfraz no puede permitirse y mucho menos en los preceptos del antiguo testamento, sólo queda retirarse ante un argumentón religioso...

En vista de esto, el Cristo se dirigió hacia el parque por donde pasaban las micros. Ahí se quedó mirando como pasaba la gente entre un paradero y un negocio situados entre el paralelo de Las Rejas con Ecuador. Nadie lo miraba porque se pensaba que era un orate o un enfermo que se había escapado de un psiquiátrico (claro, se escapó recubierto de piedra).

De pronto, frente a él pasó una micro donde se bajó mucha gente. Muchas personas lo vieron, pero no lo miraron a excepción de una niña inocente de no más de diez años. Acompañada de su madre, la niña le dijo que iría a comprar algo al negocio. Acto seguido, la niña se acercó y le preguntó al Cristo. 

Niña: ¿Por qué se ve tan triste?

Una pregunta extraña para quien era totalmente de piedra. No había sacado una sola lágrima, pero no olvidemos el rostro de cristo luego de su crucifixión. ¿Era de dolor? ¿De alivio? ¿De tristeza como dijo la niña? Hagamos caso por ahora a la niña, los niños de vez en cuando logran captar mucho mejor que los adultos la sensibilidad. 

Cristo: No, niña, no estoy mal no te preocupes. 

Niña: ¿Y por qué tiene esa cara?

Cristo: No puedo tener otra. Es mi cara normal. 

Niña: No estés triste. Dios es más grande que tu problema. 

Cristo: Gracias niña ¿cómo te llamas?

Niña: Cándida.

Cristo: Bonito nombre. Bíblico. Nada que decir. 

Cándida: Usted se parece a Jesús.

Cristo: Ah, bueno sí. Ese es mi nombre o por lo menos eso dicen.

Cándida: ¿Cómo lo que dicen? ¿No se sabe su nombre? Si no tiene uno póngase uno po. ¡Qué suerte! elegir su nombre.

El candor de esta niña era enternecedor y claro, qué suerte elegir el nombre y no adoptar uno por convención. Pero el nombre de esta estatua ya era muy claro y muy bien establecido, no podría llamarse de otra forma aunque lo quisiera porque esa era su verdadera esencia. ¿Se imaginan que Cristo se hubiese llamado Judas cuando su cuerpo y apariencia es Cristo? Otra blasfemia. 

Cristo: ¿Cierto que sería bueno? Pero bueno, en realidad soy Cristo.  

Cándida: Entonces debería ir a la iglesia.

Cristo: Ya fui y no me fue bien. Quizás tengo que volver a estar como estaba.

Cándida: ¿Cómo puedo ayudarle?

Cristo: Eh, no, despreocúpate, si alguien te pregunta, diles que me llamo Cristo. 

Cándida: Yo le creo y Dios también le cree. No me ha demostrado nada falso po. Si quiere que le crean, haga lo que Cristo hacía po. 

Cristo: Oh, ¡Cándida tienes toda la razón!  Muchas gracias. 

Cándida: ¡De nada! Y estaría orgullosa de ser una discípula. 

Fue una idea genial. Cristo tenía a los doce apóstoles a su favor, quienes lo seguían y aprendían de sus enseñanzas. Ahora el Cristo de Las Rejas tenía a uno de ellos (o mejor dicho de ellas), a Cándida. Luego la niña se fue pero acordaron de encontrarse mañana en el mismo lugar, pues la mamá de la niña siempre pasa por ahí. 

Así, el Cristo se fue buscando discípulos que pudieran seguirlo. Cerca de donde estaba se encontraba sentado un ciego con un vaso con monedas. El Cristo se sentó junto a él.

Cristo: Hola amigo ¿qué haces aquí?

El ciego: Ganándome la vida como puedo.

Cristo: Ha sido dura la vida contigo. 

El ciego: Durísima. No sé por qué el señor me maldijo tanto. ¿Sabe? yo de un día para otro llegué a ser ciego. Siempre iba a la iglesia y tenía mucha fe en nuestro señor. No sé qué razones tendrá el señor para dejarme en esta condición. Seguramente algo no hice bien y ahora tengo mi merecido.

Esta era la oportunidad perfecta para demostrar que era el mismísimo Cristo. En efecto, Jesús había curado a una persona que era ciego de nacimiento, una tarea difícil que la pasó con un siete, pues el ciego pudo ver. Dar visión a alguien que ya la tenía sería una tarea mucho más fácil, o por lo menos, más fácil que si es de nacimiento.

Cristo: ¡Yo le devolveré la vista mi amigo!

El ciego: Por favor, no me agarre pa' la palanca.

Cristo: Sólo confíe en mí. Necesito saber quien soy y para eso necesito realizar este milagro. 

El ciego: No me haga nada por favor. Si quiere dinero, saque del vasito que tengo, pero déjeme en paz. 

Cristo: No, no se preocupe que yo lo sanaré.

De las conversaciones y reuniones que tenían los párrocos alrededor de él en la plaza, el Cristo recordó al pie de la letra el pasaje del libro del Nuevo Testamento, Juan. 

Entonces el Cristo escupió al barro (su escupo era de piedra) y lo mezcló con él; una vez suficiente, froto dicha mezcla en los ojos del ciego y le pidió que mirara a la fuente que había cerca. El ciego se mostraba reticente a lo que ocurría, pero tampoco lo rechazaba del todo. 

El ciego: ¿Me dice que mire aquí?

Cristo: Sí, estoy seguro que desaparecerá su dolencia. 

Sin embargo, el ciego se quedó ahí por diez minutos y no pasaba nada. ¿Qué estaba pasando? Cuando Jesús lo hizo no hubo lugar ni para los segundos, puesto que el ciego pudo ver al instante, pero pasaban los minutos y el ciego se impacientaba pues necesitaba urgentemente volver a su trabajo. 

El ciego: Ya hijo, no puedo estar más rato. 

Cristo: Por favor, señor, se lo ruego, siga mirando la pileta, quizás necesita más tiempo, tenga fe. 

El ciego: Hijo, no quiero ser grosero, no se compare con el señor. ¡Déjeme tranquilo!

Rindiéndose a la petición del ciego, el Cristo no insistió más y se sentó al lado de él, por último para hacerle compañía. 

El ciego: Váyase no más. No quiero compañía. 

Cristo: Deje quedarme a su lado o ayudarlo en lo que usted quiera. 

El ciego: Lo único que necesito amigo es plata ¿tienes plata?

Cristo: No, no tengo...

El ciego: Entonces, es mejor que se vaya. De todos modos, gracias por hacerme compañía. 

De pronto, la gente que pasaba por ahí que miraba al Cristo, comenzó a darle monedas en el vaso que tenía el ciego. Claro, el traje de piedra parecía un buen disfraz. Mucha gente comenzaba a dejarles plata en el vaso y el ciego estaba contento, pues nunca había escuchado que más de tres monedas chocaran en el vaso, y ahora chocaban de a cinco.

El ciego: ¡Amigo! ¿Por qué me dejan tantas monedas la gente? No entiendo la verdad. 

Cristo: Bueno, quizás, como no le pude ayudar con su vista, el milagro se transformó en plata pos. 

El ciego: No sé qué habrá hecho usted pero se lo agradezco mucho. 

Cristo: Qué bueno haberlo ayudado, espero que le sirva. 

El ciego: Sí, por supuesto, me siento muy contento, de verdad. ¿Cuál me dijo que era su nombre?

El Cristo no quiso decirle que se llamaba Cristo, puesto que el mismísimo fracaso del milagro de la vista ya lo había dejado en evidencia.

Cristo: Sólo llámeme Cristo. Así me dicen. ¿Cómo se llama usted? 

El ciego: Gracias Cristo. Yo me llamo Diego. 

Cristo: ¿Le gustaría ser mi discípulo?

Diego: ¡Ja, ja, ja, ja! Claro. 

El ciego no lo decía muy convencido claro está. 

Cristo: Perfecto. Gracias por tu compañía.

Diego: ¡Pero oye! ¡No te vayas!

Y el Cristo se había alejado con gran velocidad puesto que unas piernas de piedra nunca se cansan. Ignorando al ciego se fue a realizar más ''milagros'', pero de pronto se detuvo. Se puso a pensar 

Cristo: ¿Y si no soy el verdadero Cristo? ¿y si en realidad estoy equivocado? No se cumplió el milagro de la vista, pero pude ayudar al ciego. ¿Será que esos tipos de milagro me corresponden?

En efecto, no era un milagro imposible ayudar a un ciego. Cualquiera puede hacerlo si se lo propone. ¿Qué estaba buscando el Cristo? ¿Por qué estaba buscando su identidad si ya lo sabía del todo? Estas preguntas atormentaban al Cristo y sobre todo la impotencia de no ser quién le dijeron que era desde su creación. 

De pronto se escuchó un estruendo. Era una pelea que parecía entre borrachos y estaba comenzando en las afueras del parque; se golpeaban duramente. El Cristo corrió a ver que pasaba y a detenerlos inmediatamente, pues la fuerza de una estatua puede más que los huesos y las carnes de un ser humano común. El Cristo tomó a uno de ellos, para detener la pelea.

El Cristo: Pero ¡¿qué están haciendo borrachos por el amor de Dios?! 

Borracho: ¡Yo no estoy borracho imbécil! ¡Él violó a mi hija!

Inmediatamente, el Cristo se dio cuenta de que no eran borrachos, sino gente muy normal que peleaban por una razón factible.

Violador: ¡Ella quiso huevón! ¡Yo no la obligue a nada! ¡Ella quiso solita! 

Padre: ¡Tiene diez años huevón! ¡Doce años! ¡Te voy a matar!

El Cristo estaba anonadado... ¿Qué hacer frente a tal situación? Una de las máximas más excelsas del Nuevo Testamento era ''Amarás a tu prójimo tanto como a ti mismo'' ¿Cómo es que en este caso el padre amará al violador? ¿Tendrá que decirle ''te perdono porque no sabes lo que haces''? ¿Qué debe hacer un buen cristiano? o más bien ¿Qué haría Cristo en mi lugar? ¿Lo perdonaría? Eso no lo sabemos, pues tal caso nunca se dio.

Padre: Mi niña... Mi niña ahora no está bien y tú eres el culpable de toda esta hueá. 

Violador: Yo no me arrepiento de nada huevón porque ella quiso todo solita. 

Padre: ¡Cállate!

Violador: Andate a la cresta. Yo me voy. 

No obstante, antes de irse el Cristo alargó sus brazos para detenerlo. 

Violador: ¡Suéltame huevón!

Cristo: Señor llame a la policía mientras detengo a este señor. 

El padre, de aspecto acabado y lleno de lágrimas llamó desde su celular inmediatamente a carabineros quienes llegaron rápidamente. Se llevaron al supuesto violador y el padre quedó desconsolado y le pidió las gracias al Cristo quien quedó muy dubitativo. 

Padre: Era mi niña... estaba saliendo de su primera comunión y pasa esto... Ese hijo de puta... 

El padre empezó a llorar y a retirarse del lugar no sin antes preguntarse.

Padre: ¿Cómo puede haber tanta maldad?

El Cristo no sabía qué hacer, no supo qué pensar. Pensó seriamente en reformular el Antiguo Testamento, aunque éste ya condena la violación de forma absoluta. Para esto basta leer el Deuteronomio 22:25, pero ¿eso sería suficiente para resolver dicha disputa? ¿Cómo podemos hacer corresponder esto? Es decir, ¿qué hacemos con el violador si por un lado nos dicen que debemos condenarlo y por otro amarlo?

Puede ser que amarlo signifique de algún modo castigarle con todo el peso de la ley. En efecto, el niño es castigado por la madre, no porque lo odie, sino porque quiere un bien para él. Sin embargo, el castigo no deja de ser un daño, pero el daño a veces es necesario. Y he aquí otra dificultad, ¿fue necesario el daño que sufrió la niña por parte del violador? Quizás hay daños que son necesarios y otros no. Probablemente, el daño que ejerce la familia con un fin moral es necesario, pues honrar al padre y a la madre es correcto. ¿Esto incluye el daño por parte de los padres? seguramente sí. Entonces, si el daño del violador no es necesario y sí es condenable ¿qué hacemos? ¿lo amamos a pesar de quién es? 

''Amen a sus enemigos, hagan bien a los que odian bendigan a quienes los maldicen porque si sólo hace bien a los que aman ¿qué merito tiene?''

¿El rey David mató a Goliat porque en el fondo lo amaba? Quizás el daño que hace un creyente sí es necesario y el de otro no. Uf, es realmente difícil resolver esto. 

Frente a estas dificultades éticas el Cristo no supo qué hacer. Obedecer a su padre (Deuteronomio 22:25) u obedecer lo que él mismo dijo hace más de 2000 años (Amarás al prójimo tanto como a ti mismo; Mateo 19:19).

Cristo: Creo que no hay más que hacer. Ya me doy cuenta de que no soy competente para resolver esto. 

Renunciando a los pocos discípulos que tenía (Diego y Cándida), el Cristo se retiró hasta el parque y se volvió al mismo lugar del que había salido. Subió a la estructura en la que había estado enterrado y se quedó ahí. Se dio cuenta que ese era su destino, ser una especie de Hermes para que los milagros de las personas sean cumplidos. 

También se dio cuenta de una cosa muy importante; la imposibilidad de ser Cristo y quizás de alguna forma... de ser cristiano.  

Entonces, ¿para qué le dio vida el ángel? ¿para que se diera cuenta que era imposible ser como él mismo? Sin duda los designios del señor son incontestables.